El comité de redacción de La Enzina y, sin duda, una mayoría de los lectores de la revista, hemos vivido con alivio el resultado de las elecciones generales del domingo 23 de junio. Es al menos probable, si el nacionalismo catalán más negro no se une en pinza con sus homólogos de Madrid, que los españoles podamos disfrutar y presumir de un gobierno progresista por otros cuatro años.

Dicho esto, los que no queremos una vorágine identitaria ni una regresión social en nuestro país sino todo lo contrario, como ya hemos dejado manifiesto, hemos de entender bien qué han revelado estas elecciones, hacia dónde evoluciona España en términos de comportamiento electoral y qué notas tomar para no vernos en la posición de estupor e incomprensión en la que se encuentran crecientemente los progresistas de la mayoría de países de Europa. No se tratará aquí tanto de analizar los errores o aciertos de tal o cual partido o líder en su campaña como de señalar la evolución silenciosa de la sociedad en sus preferencias electorales, algo que se da de manera más bien independiente de las actuaciones políticas, por más que cueste entenderlo.

Una primera nota nos la da Ignacio Escolar en su editorial: nunca obtiene en España la derecha una mayoría absoluta si la participación supera el 70%. Vale la pena recordar esta ley, no sólo porque haya sido corroborada una enésima vez, sino porque desde hace décadas el discurso predominante en la izquierda española tiende a contradecirla, y a dibujar en viñetas, memes y chistes un pueblo español de derechas. Digámoslo pues una vez más, muchos países de Europa -con Francia como caso paradigmático- se caracterizan por unas clases populares que votan a la derecha. ¿Realmente es tan incómodo asumir que en España esto no es así? O, al menos, no lo era hasta hace bien poco.

Y es que, a pesar de la recesión de Vox, y a pesar de haber sido corroborada una vez más la infalible ley que asocia en España voto de izquierdas con alta participación, hay indicios de que los cambios sociológicos en los que están inmersos Europa y el conjunto del hemisferio occidental pueden suponer más pronto que tarde una transformación profunda en la dinámica electoral española, que tenga como fondo una merma lenta pero implacable de la izquierda política. Una merma que, antes que lamentar, hemos de esforzarnos por entender.

Sólo partiendo de esta merma de fondo es explicable que, tras numerosos méritos y aciertos (como la gestión del empleo durante la COVID, la obtención de cuantiosos fondos europeos, el alza del salario mínimo, el hachazo dado a la cultura del contrato precario, una muy necesaria ley de vivienda, etc.) en un contexto difícil, a duras penas consigan los partidos del gobierno refrendar los resultados anteriores, y que aun esto sea visto como un éxito.

La aparente estabilidad del voto socialista, histórica columna vertebral de la dinámica electoral española, oculta una profunda transformación de su electorado: por un lado, una pérdida de escaños dispersa en la España profunda, en feudos históricos como Badajoz, Huelva, Jaén, Asturias y Cuenca, sistemáticamente en beneficio del PP; por otro, una ganancia de escaños alta pero muy concentrada en Cataluña y, secundariamente, en el País Vasco. La ubicuidad de esta tendencia podría ser un síntoma de su profundidad, y anunciar una disminución considerable del suelo electoral del PSOE sin que, huelga decirlo, se dé un aumento del voto a su izquierda. Ello dibujaría el escenario que se vive en Francia desde hace algunas décadas, en el que la izquierda deja de ser una mitad del espacio político para estabilizarse en algo menos de un tercio.

Detengámonos ahora, como parada obligada, en la distribución social del voto que ha aparecido en estas elecciones. Dividiendo la población española en 10 grupos por nivel de renta, aparecen cuatro tendencias claramente diferenciables:

  • El primer decil (es decir, el 10% más rico), caracterizado por la debilidad de las izquierdas y por la amplitud del voto de las derechas de distinto cuño identitario (PP, Vox, PNV, Junts).
  • Los segundo y tercer deciles, compuestos por clases medias altas, caracterizados por una gran debilidad de las derechas de cuño “madrileño” y donde Sumar obtiene sus mejores resultados, así como partidos nacionalistas de diversa ideología, dada la alta concentración de clases medias altas que se da en Catalunya y en el País Vasco.
  • Una gran clase mediana compuesta por la mitad de la sociedad, más ricos que el 20% más pobre, más pobres que el 30% más rico; en la que las derechas obtienen resultados ligeramente superiores a las izquierdas.
  • El 20% más pobre, caracterizado por la ausencia total de nacionalismos regionales en un sistema tetrapartidista donde las derechas de cuño madrileño obtienen mayoría absoluta y Vox saca sus mejores resultados, evidenciándose así una preocupante complementariedad geográfica entre Vox y los (otros) nacionalismos y haciendo bueno el axioma que ve en la ultraderecha una ideología de personas que se sienten “perdedoras”.

Pero la renta no es la única variable explicativa del voto. Viendo las distintas estadísticas disponibles según el perfil demográfico de los municipios, podemos establecer el siguiente cuadro sintético:

 SumarPSOENacionalismosPPVox
RentaMedia/altaMedia/bajaMedia/altaBaja/altaBaja
Nivel de EstudiosAltoBajoAltoAlto/bajoBajo
EdadMediaMedia/avanzadaMedia/jovenJoven/avanzadaJoven
Nivel de EmpleoMedianoBajoAltoBajoBajo
MunicipioGrandeMedianoMediano/pequeñoMediano/pequeñoMediano
Votante tipo de cada partido

Antes de avanzar diagnósticos más precisos, tomemos nota de que, si bien puede observarse cierta complementariedad entre el voto al PSOE y el voto a Sumar en variables como la renta y el nivel de estudios, la izquierda parece incapaz de penetrar significativamente en el voto juvenil, indicio definitivo de que urge un cambio drástico en su discurso y en su “manera de hacer política”.

Muchas voces señalan ya que una fijación excesiva en las cuestiones “societales” como los derechos de los colectivos LGTBI+ puede resultar superflua o de importancia limitada entre unas generaciones que han crecido en un mundo donde existen el matrimonio homosexual y el lenguaje inclusivo y no hay orden preestablecido en los apellidos. Sin embargo, esas mismas críticas parecen confiarlo todo a la defensa de la mejora de las condiciones de vida. Como ya hemos mencionado, tal mejora ha sido un caballo de batalla central de este gobierno y, particularmente, de Yolanda Díaz, y permite seguramente explicar que en Sumar no se haya producido la debacle que las anteriores elecciones autonómicas dejaban augurar; pero a la luz de los resultados, tampoco parece garantizar un futuro muy alentador.

Las correlaciones estadísticas inducen fácilmente a falacias lógicas o a explicaciones redundantes. No sorprende que el voto de Sumar, de alto nivel de estudios, muestre correlación negativa con el nivel de desempleo. Pero la insistencia con que la sociedad española señala el paro como su principal preocupación desde tiempos tan remotos como la mal llamada reconversión industrial de los 80, nos obliga a poner el desempleo en el primer plano del análisis, por más que haya estado ausente de la campaña, de sus discursos y, por lo tanto, de todas los explicaciones periodísticas y tertulianas. ¿Qué pueden producir años de desempleo silencioso sino un voto desorientado, agresivo y nihilista?

Muy ligado a ello aparece un tema que también hemos echado en falta en el debate público (exceptuando alguna rápida mención por parte de Yolanda Díaz), y es el de nuestro modelo productivo ¿En qué sectores habrán de trabajar los españoles de dentro de unos años? ¿Qué tipo de economía ha de caracterizar a España, más allá de los derechos sociales y laborales? ¿Turismo? ¿Ladrillo? ¿Agro? ¿Qué inversiones masivas y ambiciosas en sectores estratégicos han propuesto unos y otros candidatos? ¿Cuántas portadas han ocupado tales propuestas, si es que las ha habido?

Durante el siglo pasado, la izquierda hizo de la distribución de la riqueza su razón de ser, pero no hemos de olvidar que aquello fue en un contexto en el que el progreso material se daba por descontado. Esto ha cambiado, y nuestros/as hijos/as crecen en un mundo que se les presenta restrictivo y recesivo, cuando no abocado al apocalipsis. Atreverse a definir un porvenir alentador más allá de la lucha contra las opresiones es uno de los mayores retos que tiene la izquierda si no quiere ser aplastada por el siglo XXI.

Apuntemos, como nota final, la injusticia incontestada de un sistema electoral cuya distorsión fundamental no es tanto el denostado sistema D’Hondt como la división en circunscripciones, que favorece a partidos hegemónicos, nacionalistas y localistas, penalizando a los que con modestia presenten propuestas para y en el conjunto de España. El PACMA, con 165 mil votos, no obtiene ni un diputado, mientras el BNG y UPN -este último con apenas 51 mil- obtienen uno cada uno.

Con una circunscripción única, la pareja PSOE-Sumar habría ganado 7 escaños, mientras que la pareja PP-Vox habría perdido 4. También habrían perdido escaños partidos como Junts, que habrían quedado muy lejos de la posición incendiaria de la que gozan ahora, lo que retrata la partición en circunscripciones no sólo como un atentado al principio de soberanía popular, sino como un factor de peligro para la estabilidad del país.