Cuando te encargan escribir un texto sobre educación piensas “Ah, bueno, bien, me dedico a esto, conozco todos los problemas a los que nos enfrentamos docentes y familias. Formo parte de un movimiento social que trabaja por la calidad de la educación pública en mi comunidad autónoma. Claro que puedo hablar sobre este asunto”. Entonces te sientas delante del portátil y, tres horas más tarde, entiendes que es imposible. No se puede hablar de educación, ni de literatura, ni de antropología, así, en general. Menos aún si te dedicas a ello. Es inabarcable y, por inabarcable, inefable.
Mi amigo y colega Javier Cluj acaba de empezar a trabajar en la enseñanza pública española y, como recién llegado, mantiene una mirada asombrada ante cuestiones que a los dinosaurios educativos hispánicos se nos pasan a menudo por alto. Quizás su clarividente confusión me sirva para aterrizar en algunas de las fascinantes paradojas que, eternas e inmutables, permean el tejido invisible que viste nuestro maltrecho sistema educativo. Hablaré desde la experiencia practicando la extrañeza, haré como cuando repito una palabra conocida muchas veces, muy rápido, para despojarla de su significado y masticar su significante, activando de nuevo la memoria de mi olfato lingüístico adormecido.
Bilingüismo, plurilingüismo, nuevas tecnologías y nativos digitales, metodologías activas, gamificación, inteligencias múltiples, virtual learning enviroments, ABP, flipped classroom, aprendizajes por contrato, movimiento maker, juego libre y vivencial. Tratrá.
Ratios imposibles; docentes con horarios compactos, sin tiempo para atender de forma individualizada a su alumnado; chavales con necesidades específicas de apoyo educativo a causa de retraso madurativo, o por trastornos de atención o de aprendizaje, o por desconocimiento del idioma, o que padecen situaciones de vulnerabilidad socioeducativa; pandemia de problemas mentales con aumento exponencial de casos de autolisis e intentos de suicidio; instalaciones obsoletas con presencia de amianto y sin aclimatar: chabolismo educativo. Tratrá.
El conflicto entre las expectativas y la realidad es patente en una sociedad como la nuestra, mucho más en lo que se refiere al ámbito educativo, puesto que nuestras escuelas son como pequeños laboratorios en los que se encuentra miniaturizado el paisaje social de nuestro país. Centros que presumen de proyectos y de metodologías revolucionarias sin unos cimientos sólidos a través de los cuales atender de forma equitativa a todo el alumnado. Ordenadores en todas las aulas y pizarras digitales, dispositivos para todos los niños pero solo un orientador educativo repartido entre cinco centros que apenas tiene tiempo de reunirse tres veces al año con la familia de ese chiquillo que sufre bullying ni de diagnosticar a otro nene que parece que se mueve dentro del espectro autista.
Potenciación de un bilingüismo precario, profesores conscientes de su propia incongruencia, que trabajan para forzar un aprendizaje memorístico de vocabulario en inglés frente a un alumnado con desconocimiento del idioma que no es atendido por docentes formados en enseñanza del español como lengua extranjera. El inglés como lengua de prestigio y la vergüenza de las lenguas maternas de alumnos marroquíes, indios, senegaleses o rusos abandonados a su suerte en un aula de acogida con materiales fotocopiados que han ido de mano en mano y cuyo origen es un curso de español para presos extranjeros. Hablo, sí, de materiales provenientes de un centro penitenciario.
Hablo también de segregación a causa de la generalización de los conciertos educativos. Centros privados-subvencionados que se niegan a ofrecer especialistas para tratar a los alumnos con necesidades específicas de apoyo educativo y que invitan amablemente a las familias a trasladar a sus hijos a la escuela pública más cercana. Ciclos de FP que desaparecen mágicamente de los centros públicos y que aparecen por arte de birlibirloque en centros concertados a precio de oro. Alumnado que no puede acceder a esas enseñanzas y que se mantiene aletargado en unos bachilleratos abarrotados de chavales desmotivados que se han dejado llevar por la corriente y que no quieren hacer una carrera universitaria, pero ya ves, aquí estoy, y lo que quiero es ser mecánico, o cocinero, o electricista, o auxiliar de dentista, profe, pero no hay plazas públicas. Centros gueto con un 90% de alumnado migrante pierden líneas y conviven en el mismo barrio con centros concertados que van ganando clientes a un ritmo inversamente proporcional. Clientes.
Frustración, rabia, desinterés, angustia, ansiedad, depresión, trastornos de la alimentación, autolesiones. Los problemas mentales sin tratar adecuadamente se han convertido en el pan de cada día, la responsabilidad de detectarlos recae en unos docentes saturados que, en el mejor de los casos, empatizan con sus alumnos pero son incapaces de trabajar este tipo de problemáticas. Y es que hacen falta psicólogos clínicos en los centros porque no sabemos qué hacer con esa cría que aparece con cortes en los brazos todos los lunes. La han derivado a salud mental y dentro de tres meses tiene cita con un psiquiatra de la seguridad social. La administración nos ha facilitado a los docentes una guía de prevención del suicidio, este es el material del que disponemos para afrontar esta distopía.
La imagen que estoy proyectando es, ciertamente, desalentadora, pero no hay más remedio que asumir la realidad y tomar conciencia de que la invasión de proyectos asociados a las grandes multinacionales como el BBVA o Iberdrola se están colando en los centros y conviven con un alumnado depauperado, excluido. Las gafas de realidad virtual descansan sobre mesas desconchadas y unos asfixiantes 30º hacen todavía más complicado acercarse a la impresora 3D. El brilli-brilli se cuela en la chabola, pegamos lentejuelas sobre camisas hecha jirones y nos empeñamos en maquillar un rostro desfigurado. Somos un monstruo vestido de Chanel.