¿Todavía te sirves de pantallas para distraer a tu prole o piensas que es una forma muy útil de que sepan el nombre de todos los dinosaurios a los 3 años y medio?

Todavía hay a estas alturas quienes, no pudiendo soportar la insoportable levedad de su ser, tienen a los niños enchufados a la pantalla para poder sobrevivir a la paternidad y a este mundo cruel. Y lo es. Yo no digo que sea fácil hacer carrera y educar hijos, comer sano, hacer deporte, tener una vida cultural en la cresta de la ola, y, encima, que los niños aprendan vela, esquí, y checoslovaco. Pero oye, además de sobrevivir, hay que responsabilizarse de los churumbeles que uno ha elegido traer a este mundo. A lo mejor, estaría mejor reducir el número de actividades, relajar al niño, y quitarle las pantallas, por ejemplo, y dejar que jueguen con objetos, que corran riesgos, que nos molesten con sus gritos y sus quejas, que salgan más a la calle. Vaya, que existan.

Yo no estoy a favor de que a los niños se les juzgue por su capacidad de procesamiento o memoria pero, como profesora de adolescentes desde hace años, encuentro cada vez más problemas a la hora, por ejemplo, de memorizar, y esto me hizo inquietarme y buscar posibles razones. Creo que la nueva era digital necesita nuevos modelos de aprendizaje y pedagógicos, adaptaciones que no nos ha dado tiempo a llevar a cabo; pero también creo que debemos proteger a los niños, porque todavía no conocemos las consecuencias a largo plazo. Afortunadamente ya las vamos viendo a corto plazo.

Otro estudio más, esta vez de la revista The Lancet, pone en la palestra el efecto de las pantallas en niños de 7 a 11 años. 

Durante un año, 2016-2017, se observaron los cambios sobre 4500 niños teniendo en cuenta tres parámetros: alimentación, sueño y pantallas. El estudio consistía en realizar un examen neuropsicológico, al principio y al final del periodo, que se centraba en medir capacidades como vocabulario, memoria, memoria de trabajo, funciones ejecutivas, atención y velocidad de procesamiento de información. 

Había unos hábitos recomendados que respetar o no: 60’ de ejercicio diario, 9 horas de sueño por día y menos de 2h de pantallas, todas confundidas: tele, teléfono, tabletas y  videojuegos. 

Los resultados fueron que quienes más habían cumplido las recomendaciones, mejor rendimiento intelectual obtuvieron en las pruebas. Resultados que eran de esperar, pues ya antes se habían hecho estudios sobre los efectos negativos de la falta de sueño y movimiento o deporte en los niños. Pero lo más sorprendente fue que el factor pantallas resultaba ser el más destacado de los tres condicionantes. O sea, que la diferencia en los resultados entre los niños que tenían contacto con pantallas menos de 2h al día y los que lo tenían más de 2h, era la más relevante. Además, también revelaba que, a más horas de pantallas, menos horas de sueño, que hoy también se sabe es esencial para el desarrollo de la memoria. 

Y algunos dirán, ay, qué pesaditos, a mí no me queda otra, yo me crié viendo las Mamachicho y aquí estoy, pero oigan, las Mamachicho las veíamos por la noche todos en el sofá, comentando y pegaditos, en contacto. Había algo de tribu, de ritual. Hoy le ponemos al niño frente al teléfono en youtube, y con el dedito van pasando a una velocidad de vértigo imágenes sin ton ni son, sin comentarios jocosos y en la soledad más absoluta. No los incluímos en nada, los apartamos. Nos molestan. 

A lo mejor, se me ocurre, tendríamos que volver a poder dejar a los niños jugar en la calle, porque es verdad que los niños en casa hartan, y ellos se cansan los primeros. Pero es que en la calle molestan a los vecinos. Aquella frase de Serrat, “niño, deja ya de joder con la pelota”, hoy no existe, porque no les permitimos ocupar los espacios públicos. Y no es justo, ni sano, ni para ellos ni para nosotros. Yo diría más bien, ¡No a los carteles de PROHIBIDO JUGAR CON LA PELOTA. PROHIBIDO NIÑOS EN EL PATIO! Es como decir a la humanidad, tú tienes niños, pues te los comes con papas fritas. Antes existía el deber de la comunidad, tu vecino, tu maestra, tu tía Paquita, te podía pegar un grito y echarte una bronca de la hostia. Y tu padre, pues le daba la razón, porque jugando a la pelota le diste un balonazo a Conchi, la del segundo, y no tuviste cuidado. Y tuviste que asumir consecuencias como la bronca o subir p’arriba con el rabo entre las piernas. Porque hiciste algo inadecuado, y ahí aprendías. ¿Qué coño vamos a aprender viendo Harry Potter en bucle ? ¿A hechizar culebras? No es que no lo vean, es que no les intoxiquemos: la medida, el equilibrio, el sentido común.

Y no es que el pasado fuera mejor, que no, señores y señoras, no, no es que fuera mejor ni peor, pero habrá que mirarnos el ombligo con sentido crítico y poder razonar cuando muchos estudios apuntan maneras para poder crear una sociedad mejor. Y a veces, resulta, que hay cosas en el pasado, que no estaban tan mal. Menos el franquismo, claro.