[Traducido de la revista digital francesa Le Vent Se Lève. Original en francés aquí.]

David Graeber nos dejó en 2020 pero sus intuiciones siguen alimentando las críticas al capitalismo. Por ejemplo, la del periodista francés Nicolas Kayser-Bril, que publicó a principios de año Imposture à temps complet, pourquoi les bullshit jobs envahissent le monde (Paris, Faubourg), libro de investigación y reflexión sobre el concepto del antropólogo estadounidense.

El término bullshit job  ha sido víctima de su éxito, ya que a veces se usa para todo y cualquier cosa. En esencia, designa un empleo improductivo, un trabajo que no sirve para nada. Expresa la desesperanza de trabajadores que dan el callo sin saber para qué, que divagan “en busca de sentido”, según la expresión de moda. Y surge una primera tensión: el bullshit job ¿remite al sistema de producción y a sus fallos, como pensaba David Graeber, o más bien a la psicología de los trabajadores y de su posible angustia existencial?

LOS BULLSHIT JOBS CONTIENEN UN ASPECTO TEATRAL A MENUDO OLVIDADO

Volvamos a la definición de David Graeber, que era la siguiente: un bullshit job –que podríamos traducir como “oficio de pacotilla”, o “puesto tonto”- es una “forma de empleo remunerado que es tan absolutamente inútil, superflua o incluso nefasta que ni siquiera el empleado consigue justificar su existencia, por más que se sienta obligado, para cumplir los términos de su contrato, a hacer creer lo contrario” (Bullshit jobs: a theory, 2018). Esta definición ha sido criticada por los científicos sociales porque se basa en los sentimientos de los trabajadores y no constituye una teoría del valor social. Sin embargo, nos permite cuanto menos acercarnos a la realidad del fenómeno, ya que a la gente generalmente le cuesta admitir que su trabajo es inútil: si lo dicen, podemos creerles razonablemente.

Vlad y Estragón esperando a Godot

El otro punto interesante de la definición de David Graeber es el, a menudo olvidado, aspecto teatral de los bullshit jobs. Y es que, claro, los que tienen uno deben fingir que no es así. Nicolas Kayser-Bril retoma esta idea fundamental utilizando la metáfora del cuento de Andersen El traje nuevo del emperador. En esta historia, el emperador tiene ropas tejidas con una tela extraordinaria que, según sus diseñadores, sólo es visible para las personas inteligentes. Nadie ve esta tela, pero todos se cuidan de decirlo, para no provocar la ira del emperador. Los bullshit jobs provocan el mismo comportamiento: a menudo, dentro de un departamento nadie ve la utilidad de ciertas cosas, pero todos se cuidan de no hacer la pregunta, por miedo a perder su credibilidad o incluso su trabajo. También hay quien piensa que no tiene derecho a juzgar la utilidad de tal o cual actividad. Sin embargo, nos corresponde a todos nosotros como pueblo decidir qué creemos que es útil producir o no.

CUANTIFICAR LA PROPORCIÓN DE BULLSHIT JOBS EN LA SOCIEDAD NO ES FÁCIL

David Graeber utiliza encuestas para evaluar la proporción de empleos de pacotilla en nuestras economías occidentales. Nicolas Kayser-Bril considera que esto es una limitación y trata de construir una metodología más sólida. Se fija en el nivel de las tareas que componen los puestos de trabajo: ¿contribuyen a producir un bien o servicio útil para la comunidad, o no? Para determinarlo, clasifica las organizaciones (empresas o administraciones) según dos criterios: ¿tienen recursos crecientes o decrecientes? y ¿tienen una «misión» o no?

Estos dos criterios (recursos y misión) crean por tanto cuatro categorías de organizaciones. Para Nicolas Kayser-Bril, una organización debe tener una misión y recursos crecientes para que las tareas valoradas y útiles sean posibles y se fomenten. En una organización con recursos pero sin una misión, las tareas valoradas siguen siendo posibles, pero simplemente no se fomentan. Por último, las organizaciones en las que los recursos se estancan o disminuyen favorecen la aparición de bullshit jobs e incluso hacen imposibles los trabajos con sentido si, además, la organización no tiene misión.

La pregunta sigue siendo: ¿cómo podemos determinar si un empresario concreto tiene una «misión»? Con su definición, Nicolas Kayser-Bril vuelve al problema que David Graeber había encontrado. Tiene que volver al nivel de los individuos y preguntarles cuál creen que es la misión de su organización. Si las respuestas de una organización son que no hay misión o que son contradictorias, se puede concluir que no tiene misión. Si las respuestas son del mismo tenor en todo un sector de actividad, se puede suponer que todo el sector carece de misión.

PARA NICOLAS KAYSER-BRIL, LA FALTA DE RECURSOS FOMENTA LOS BULLSHIT JOBS

Esta matriz de organizaciones propuesta por Nicolas Kayser-Bril, y en particular su criterio de recursos, no son eficaces para localizar los trabajos de pacotilla. Su argumento obvia este punto: según él, disponer de los recursos para realizar el trabajo es necesario para establecer relaciones de confianza entre los empleados, lo que a su vez es necesario para permitir la apreciación de los trabajos. Sin embargo, es fácil imaginar una empresa con recursos estancados o incluso crecientes, con un buen entendimiento entre sus miembros, pero que no produzca nada tangible para el exterior. Este caso fue señalado a David Graeber en la encuesta para su libro de 2018 por personas que declararon que, a fin de cuentas, estaban bastante satisfechas con su bullshit job.

Su hipótesis lleva a Nicolas Kayser-Bril a la cuestionable conclusión de que la aparición del tema del empleo basura en la década de 2010 se debe a la crisis económica mundial de 2009, que, al haber roto el crecimiento y aumentado el desempleo, impidió que las personas con trabajos de pacotilla renunciaran, por miedo a tener dificultades para encontrar otro empleo. Sin embargo, el concepto de bullshit job tocó una fibra diferente a la de los simples trabajos malos con malas condiciones laborales (llamados shit jobs, en oposición). La cuestión fundamental que plantean los trabajos de pacotilla es la de la «misión» de las organizaciones, y no puede equipararse a los recursos.

Sin embargo, este primer capítulo también contiene algunas conclusiones intermedias interesantes que muestran que el pensamiento sobre los bullshit jobs es una renovación del pensamiento crítico sobre el trabajo en un régimen capitalista. Demuestra, por ejemplo, que la teoría económica dominante es totalmente incapaz de admitir la existencia misma de los trabajos de pacotilla.

De hecho, un trabajo de pacotilla es básicamente un puesto supernumerario. Su existencia implica que el empresario ha actuado de forma «irracional» desde el punto de vista económico, al mantener un puesto de trabajo que no participa en la producción y, por tanto, no contribuye a la creación de beneficios y a la acumulación de capital. Sin embargo, la base neoclásica del pensamiento económico dominante postula que los agentes económicos son perfectamente racionales. Por lo tanto, es imposible que admita la existencia de bullshit jobs. Aunque estos supuestos suelen estar desfasados en la investigación económica actual, son importantes porque siguen formando parte del imaginario económico colectivo.

LOS TRABAJOS DE PACOTILLA TAMBIÉN PUEDEN SER UNA ACTIVIDAD OSTENTOSA

Es entonces en el capítulo central donde el libro de Nicolas Kayser-Bril revela su mayor interés. Comienza con un estudio de la profesión de gestión de carteras. La gestión de carteras es una actividad de servicio destinada a optimizar el rendimiento financiero del patrimonio de sus clientes (ricos), mediante la elección de los valores financieros en los que invertir.

Wall Street gobernando el mundo

Está claro que los gestores de cartera no trabajan para el interés general. Sin embargo, la cuestión de los trabajos de pacotilla es más sencilla y exigente: ¿tiene esta actividad el efecto que dice tener? En otras palabras, ¿permiten los gestores de carteras que sus clientes aumenten el rendimiento financiero de sus activos? La respuesta a esta pregunta es no, como se ha demostrado repetidamente mediante experimentos y reiterado por parte del autor. Las ganancias reales en el mercado de valores a menudo ocultan el uso de información privilegiada y así es como los gestores de carteras ganan dinero para sus clientes, cuando este es el caso.

Por lo tanto, los gestores de carteras tienen un trabajo de pacotilla: no producen el efecto esperado, aunque tengan que fingir lo contrario para cumplir las condiciones de su contrato. Para Nicolas Kayser-Bril, este ejemplo forma parte de lo que Thorstein Veblen llamó consumo conspicuo. Según su famosa tesis, los miembros de las clases altas compran bienes y servicios superfluos para exhibir su posición social. El consumo ostentoso, es decir, el consumo innecesario, implica una producción innecesaria[1][i].

JUSTIFICAR LA PROPIA POSICIÓN DOMINANTE A TRAVÉS DEL TRABAJO

Para entender la posibilidad del trabajo ostentoso hay que remontarse a una época en la que el trabajo no era valorado por todos, como era el caso bajo el Antiguo Régimen. En la sociedad estamental solo trabajaba el Tercer Estado, ya que los nobles y el clero lo tenían prohibido. Sin embargo, como explica la socióloga del trabajo Marie-Anne Dujarier, durante la Edad Media «el desarrollo del capitalismo de mercado en las ciudades europeas condujo al surgimiento de una nueva clase social que vivía en los burgos, o centros urbanos: la burguesía. […] A diferencia de la aristocracia y la Iglesia, que se caracterizaban por su relativa ociosidad, la burguesía conquistadora construyó su posición a través de una cierta relación con la acción y las cosas más que con las personas o el honor. […] A partir de ahora, trabajar duro y con regularidad se considera bueno, correcto y necesario entre la burguesía». Así, «de manera espectacular, el sentido y el valor de la pobreza, pero también de la ociosidad, se invierten en la Europa cristiana: éstas, de medios de perfección ascética, pasan a ser en adelante una transgresión social»[2]. Siguiendo esta evolución histórica, Nicolas Kayser-Bril concluye: «[El trabajo] se convirtió en el principal modo de existencia social para todos, entre finales del siglo XVII y el XIX, según la región de Europa. No trabajar supone estar excluido de la sociedad. […] Hay que trabajar para existir socialmente, pero el objeto de este trabajo no tiene importancia».

Para Nicolas Kayser-Bril, este cambio abrió de inmediato la puerta a una posible multiplicación de los trabajos de pacotilla: como los nobles buscaban oficios adaptados a su rango, y como éstos escaseaban, tuvieron que inventarlos desde cero, multiplicando los oficios inútiles. Pone como ejemplo al Príncipe Guillermo, Duque de Cambridge, que constantemente menciona su «trabajo» como forma de justificar su existencia.

Esta observación central lleva a otras más. Cuanto más desigual es una sociedad, más probable es que haya estos trabajos ceremoniales de pacotilla. Una sociedad sin órdenes ni clases no las necesitaría. En segundo lugar, los bullshit jobs se solapan con las dominaciones ya presentes en la sociedad. Los trabajos de pacotilla son monopolizados por la clase dominante porque se asocian mayoritariamente a un estatus social alto, y a la inversa, por soler ser ocupados por personas de alto estatus social, estos trabajos pueden ser codiciados. Así, por el contrario, hoy en día los trabajos más esenciales, como el de los cuidados, están en su mayoría feminizados.

Esto no significa que las clases trabajadoras estén exentas de trabajos de pacotilla. David Graeber lo había notado, pero Nicolas Kayser-Bril observa que también existe una discriminación racial, que David Graeber no había recogido. Por ejemplo, los hombres negros no cualificados se ven confinados a trabajos de seguridad privada, donde «la producción de trabajo […] sigue siendo difícil de definir»[3]. En tercer lugar, los bullshit jobs tienden a aglomerarse: para parecer cada vez más poderoso, un ejecutivo de una gran organización querrá contratar al mayor número posible de subordinados, tenga o no una actividad para ellos (es el caso ya definido por Graeber de los esbirros).

(Continuará)


[1] Es lo que había observado George Orwell en los años 30 trabajando en una cervecería de Montparnasse, restaurantes que entonces sólo eran accesibles para las clases superiores. Sin blanca en París y Londres (1933).

[2] Marie-Anne Dujarier, Troubles dans le travail. Généalogie d’une catégorie de pensée, PUF, 2021.

[3] Sébastien Bauvet, sociólogo, 2010 ; citado por N. K-B. p.40.

[4] En este punto, N. K-B. cita como apoyo en p.119 el primer capítulo de Kessler-Harris, 1990.

[5] En francés, pas d’idée, pas d’emmerde [PIPE], anécdota referida durante la conferencia inaugural de los 24 encuentros de la historia de Blois, de octubre de 2021.

[6] Laëtitia Vitaud, En finir avec la productivité, Payot, 2022

[7] Es la propuesta política de Juan Sebastián Carbonell en su libro Le futur du travail, Amsterdam éditions, 2022.