Ralph Ellison fue osado, además de un brillante escritor, cuando tituló su magistral novela El hombre invisible, quedando condenado para siempre a ser invisibilizada por la novela homónima del británico H.G. Wells. En la serie Everybody hates Chris el protagonista, un muchacho en edad escolar, confunde ambas novelas y lee la de Wells en vez de la de Ellison. Otro dato curioso, que hubiera indignado al mismísimo Wells, socialista fabiano, es quizá la razón fundamental por la que Ellison es menos leído que Wells. Ellison, como el protagonista de Everybody hates Chris, es negro. La novela de Wells es un clásico de la ciencia-ficción y tiene la alta calidad que se espera de su autor, pero la novela de Ellison le gana en hondura literaria y destreza formal. La novela El hombre invisible de Ellison se volvió invisible ante el blanco reflejo de la novela de Wells, tal y como le sucede al protagonista de la obra del afroamericano. Los negros, sobre todo los obreros negros, son invisibles.

Salga a la calle y mire, son los sujetos que ignora o intenta ignorar, aunque griten o molesten o quizá más cuando gritan o molestan. Son los sujetos solitarios del fondo del autobús, son las altas torres en la cola del supermercado, son la sorpresa ante cualquier profesión técnica o intelectual, son el sospechoso excedente humano en las consultas médicas, son el recodo del aula, son la amenaza en la calle solitaria. «¿Qué haces tú aquí?», quizá pregunte o se pregunte, tal y como me preguntaron a mí unos neonazis en Leipzig antes de intentar clavarme una navaja en el vientre; salve la vida por puro azar. Les agradezco hoy a esos salvajes que durante unos instantes me hicieran saber qué se siente al ser negro, qué se siente al ser odiado, temido o despreciado por ser el otro.

Nuestros hombres insivibles recogen la fruta que nos comemos y plantaron la fibra óptica con la que nos comunicamos. Nuestros hombres invisibles contribuyen a salvar una economía con una productividad insuficiente, enriquecen a unos patrones que, misteriosamente, no necesitan somníferos para dormir tranquilos, salvan las arcas públicas de una sociedad que les teme y engordan la cosecha de sufragios de formaciones políticas miserables a cuenta de la mezcla de frustración, miedo, resentimiento e ignorancia de un porcentaje de la sociedad española. A ese combinado lo llamamos racismo y xenofobia. Sic vos non vobis mellificatis apes (Abejas, vosotras hacéis la miel, pero no es para vosotras), escribió Virgilio. Y en Huelva cortan la fresa que huelen, pero no comen y oyen hablar de esas ayudas generosas que jamás han recibido, porque solo existen en la fantasía de los xenófobos. Para vergüenza de nuestro país tenemos a montones de ciudadanos sufriendo una tercera servidumbre de la gleba. Malpagados, viviendo en infraviviendas sin la más mínima higiene ni comodidad, despreciados por la población local, señalados ya por la ONU casi como mano de obra esclava, no merecen atención ni del Estado, ni de la autonomía ni de los medios de comunicación. Las eficaces reformas para mejorar la vida de los trabajadores de la vicepresidenta Yolanda Díaz son papel mojado para este grupo humano.

¿Esta es la España que queremos? ¿Una España que reproduce los usos del sur estadounidense más abyecto? ¿Un apartheid de facto, sostenido por la codicia de unos y la desidia de otros tantos? Porque a la explotación y a la pobreza le añadimos el desprecio de la población local, que se niega a convivir con los subsaharianos en demasiadas ocasiones. Añadamos las humillaciones y los abusos sexuales contra las mujeres africanas tan poco denunciados.

Nuestros frutos rojos son negros, nuestras fresas son el algodón de la Alabama sureña, comemos fresas negras, comemos carne negra de trabajadores africanos en cada bocado de fresa, cada dulzor rojo viene de una amargura negra. Marroquíes, malienses, senegaleses, ahora hondureños, antes polacas y búlgaras; una economía primitiva que produce una moral aún más primitiva. Un cambio de modelo es imperativo, no solo para empezar a disfrutar de una economía competitiva, desestacionalizada, con valor añadido, diversificada, diseminadora de riqueza, captadora de talento, aniquiladora del desempleo estructural, sino por dignidad, sencillamente por dignidad.