Es imposible saber, de momento, qué significa realmente esta guerra. Tomar una posición clara ante ella es más complicado de lo que parece. Por supuesto, se trata de una invasión injusta, imperialista, criminal, contra un país en posición de clara inferioridad y con un gobierno democráticamente electo. Ayudemos como podamos a la gran víctima, el pueblo ucraniano, refugiado en su metro, bajo las mesas de sus casas, huyendo por carreteras.
Dicho esto, a estas alturas y a pesar del sesgo mediático a nadie se le escapa la complejidad de la situación y la necesidad de entenderla, incluso al margen del juicio que podamos tener sobre ella. La palabra de moda es geopolítica, término de difícil encaje en el debate público español. La composición demográfica de Ucrania, que ha salido a la palestra mediática regularmente en las últimas dos décadas, es la de un país electoralmente dividido entre un noroeste que habla ucranio y mira hacia Occidente, y un sudeste que habla ruso y mira hacia Rusia. Y el equilibrio entre ambos es tal que prácticamente cada elección produce una convulsa alternancia política. En esas circunstancias, lo mejor para Ucrania habría sido encontrar un proyecto conciliador, en que una parte no exacerbara ánimos de la otra, un proyecto no alineado militarmente ni en un sentido ni en otro, que intentara desprenderse de la larga sombra rusa sin aspavientos y afirmando su singularidad como país soberano.
No ha sido posible, y quizás se pueda culpar al presidente Zelenski de imprudencia por su petición insistente de ingresar en la OTAN a sabiendas de que Rusia no lo aceptaría jamás, y de que una parte importante de su población no ve a Rusia con hostilidad. En todo caso, de nada sirve ese juicio ahora. Zelenski está en una situación muy difícil, de David agredido por Goliath, y cuenta con toda nuestra simpatía. Además, lo que está ocurriendo no es una guerra civil sino una invasión. Busquemos algunas claves para entender lo que está sucediendo sin recurrir a informaciones muy detalladas ni a planes secretos.
Habiendo ya dejado claro nuestro repudio por el imperialismo ruso, pasemos al papel más que lamentable de unos EEUU que han dado alas insistentemente a las aspiraciones del gobierno de Ucrania por entrar en la OTAN sin estar dispuestos a lo más mínimo por ello. La facilidad con la que EEUU ha azuzado una guerra en la que los muertos los ponen otros recuerda a Siria y a Libia. Mucho más digno que en esos casos ha sido esta vez el papel de las potencias europeas. Francia, Italia y sobre todo Alemania, han insistido hasta el último momento en resolver el contencioso por la vía diplomática. Lo último que necesita Europa es una guerra. El papel de España prestándose apresuradamente a dar apoyo a Ucrania desde el primer momento merece mención aparte. El Gobierno no mandará armas a Ucrania porque sea la opción justa, sino porque no tiene más remedio. Es bochornoso, pero España no tiene más remedio que plegarse a los planes de Washington. Seamos realistas, esto es geopolítica. Tener un papel más digno e independiente requeriría un mínimo de autonomía militar, un ejército mínimamente potente que la sociedad española no está dispuesta, a día de hoy, a financiar. Y razones no le faltan: el pasado de la relación tormentosa –es un eufemismo– de la sociedad española con su ejército sigue bien vigente, dado el empecinamiento de la clase política –viva la inercia es su lema fundamental– en no ajustar cuentas con la dictadura y en obligarnos a todos a seguir empantanados en la herencia simbólica del franquismo.
Pero dejemos a España de lado, que es problema nuestro y poco importante –es otro eufemismo– en la cuestión que nos ocupa. Volvamos a subrayar, sin que sirva de precedente, el papel positivo que han desempeñado los principales países europeos, sinceramente interesados en la paz… con un fracaso estrepitoso. Europa, que no es una organización supranacional sino un continente, se encuentra en guerra, teniendo que asumir toda serie de costes. Humanitarios en primer lugar, y empezando por la propia Ucrania. Pero también una muy pobre perspectiva económica, una inflación disparada por los precios de la energía, etc. No sabemos si Putin pretende partir Ucrania en dos creando un estado títere en el sudeste o directamente anexionar a Rusia media Ucrania y debilitar leoninamente a la otra media. Hay noticias de que los soldados rusos están comportándose decentemente con la población civil en las zonas que ya controlan, y un modo perfecto de doblegar indefinidamente lo que quede de Ucrania sería privarla de salida al Mar Negro tomando todo el Mar de Azov y la legendaria Odessa –ciudad del Acorazado Potemkin, rusófona, portuaria y cosmopolita, con una identidad ucraniana más bien débil–, así como de sus zonas más industriales y de sus fuentes energéticas nucleares. Con ojos de Putin, más valía hacerse con ello ahora que esperar a que todo el territorio ucraniano quedara detrás de una cortina de misiles de la OTAN. ¿Podrá Putin con ello, o será su fin político? El alma rusa es fuerte y resignada, el pueblo de los zares lo aguanta todo. Pero no olvidemos que ya derrocó hace un siglo a uno, precisamente en medio de una guerra.
No olvidemos, por otro lado, que los media occidentales exagerarán, como es natural, el daño infligido a Putin y la tardanza rusa en tomar el país, que en realidad bien puede deberse a que no quieran arrasarlo brutalmente, y que aún así no difiere mucho de la que tuvo EEUU para tomar Irak. Medidas como la expulsión del sistema SWIFT o el aislamiento internacional general (incluyendo Eurovisión) estaban ya contempladas en este plan, y Rusia cuenta con el respaldo económico Chino. Siendo fieles a nuestro propósito inicial de no meternos en datos muy detallados, podemos suponer que China podrá con ello: en términos de talla económica –tomemos el PIB–, China es comparable a EEUU mientras que Rusia lo es… a España. Y China tiene también mucho en que fijarse en esta guerra. Sus aviones están merodeando Taiwán. También lleva tiempo tanteando el modo de poner en marcha un sistema monetario internacional alternativo a la hegemonía del dólar. La globalización se está cayendo, literalmente, a pedazos o, más bien, a bloques, y este es el verdadero calado histórico de lo que estamos viviendo.
Esto nos trae a la prioridad geopolítica fundamental de EEUU, que la presidencia de Trump asentó de forma abrupta. Consciente de su pérdida de peso internacional, EEUU deberá centrarse en contener a su único rival verdaderamente estratégico, China, redestinando sus recursos geopolíticos hacia el Pacífico y abandonando una multiplicidad de frentes que ya le empezaba a venir grande. Y, desde luego, abandonando Europa a su pobre suerte. Trump maldijo varias veces la OTAN e incluso llegó a insinuar que EEUU no respetaría el compromiso de secundar a cualquier país de la alianza que se viera agredido. Ahora vemos que el sentido profundo de su desconcertante activismo anti-OTAN estaba en su insistencia reiterada en que los europeos invirtieran su propio dinero en defenderse. No sabemos si esto se hará, como Trump pretendía, a base de comprar material militar estadounidense, pero está claro que no será bajo un ejército europeo independiente de la OTAN.
En cualquier caso, la invasión de Ucrania ya ha provocado que países europeos que hace apenas diez días hacían hincapié en la paz, estén ahora aprobando por primera vez desde 1945 aumentar sustantivamente su inversión militar –caso de Alemania– o que sociedades históricamente pacifistas como Finlandia estén ahora, según los sondeos, muy receptivas a ingresar en la OTAN. La jugada ucraniana ha sido maestra para EEUU. Sin gastar ni un dólar, podrá centrarse en contener a China en el Pacífico dejando en Europa una herida sangrante que mantenga a Rusia ocupada en su flanco occidental, comprometa el proyecto alemán de importar gas ruso y aplique magistralmente la tesis del más popular geoestratega estadounidense, Zbigniew Brzezinski, y que fue el propósito fundador de la propia OTAN: Europa no será un rival serio para EEUU mientras Alemania y Rusia se mantengan alejadas.
El plan ha salido, por lo tanto, más que rentable para Putin y para EEUU. A los que salimos claramente perdiendo, los pringados que estamos en medio, los europeos empezando por los ucranianos, nos queda una guerra en casa y, aunque seamos el terreno, esta vez no somos el origen de la contienda sino, por lo visto, periferia impotente, falla tectónica. Nos queda poco más que el impulso inútil de desempolvar una consigna que recobra sorprendente vigencia. Ni yankis ni rusos.