JustimoFilms


Juho Nummela es un joven actor cómico famosísimo, pero en Finlandia, lo que reduce considerablemente el alcance de su imperio. Junto a Joose Kääriäinen y liderados por el mocetón Sami Harmaala, siendo casi unos niños, con una subvención europea que Harmaala recibió, desarrollaron un proyecto cultural: una serie de risa en un pueblo ínfimo de Finlandia. En 2009 colgaron sus vídeos, breves y disparatados, con un humor delirante y una tremenda escasez de medios y arrasaron. Actualmente ya no son adolescentes, pero sí unos muy queridos y respetados artistas cómicos, como nuestros creadores de «Malviviendo» o «La Hora Chanante», por nombrar solo los casos más conocidos de España. Final feliz.

Me fascina el trabajo interpretativo de Juho Nummela, el más pequeño de los tres, teñido de moreno, con una penetrante mirada azul y unas apuestas dramáticas salvajes: lo encuentras masturbándose, gritando, defecando, fingiendo ser un pez fuera del agua y, a la vez, en estado de reposo, emanando una tremenda melancolía, muy lírica a mi parecer.


Como no hablo finés y este plato es de consumo local y sin pretensiones, me dispongo a ver estos sainetes en su lengua, sin subtítulos en ningún idioma de los que conozco, lo que es como coger agua con las manos. A quienes trabajen en teatro les aconsejo hacer este estúpido esfuerzo, porque si encuentran algo divertido en una comedia extranjera en una lengua desconocida, han hallado oro puro. Aunque actualmente tienen en YLE, la RTVE finlandesa, un programa de éxito con una producción de lujo, del trío me interesan solo los orígenes, esos vídeos caseros, muy bien editados, sin medios y que parecen trabajos escolares: los primeros y osados entremeses audiovisuales del grupo, cuyo nombre es «JustimusFilms«. Reconozco su humor, tiene más de generacional con frecuencia que de étnico; puede que sea eso lo que me atrape de un espectáculo del que, si creo entender algo, posiblemente me esté equivocando, pero sí, creo que lo entiendo. Zeitgeist.

Leo una entrevista a Ross Douthat en «El Confidencial» a propósito de la publicación de su libro «La sociedad decadente» (Ariel), donde dibuja «una sociedad estancada económicamente, incapaz de innovar más allá de los intangibles reinos virtuales, poblada por viejos numerosos que no arriesgan y jóvenes escasos y célibes absortos en el porno, el Fortnite y la enésima cinta de Marvel». Abunda Douthat al cierre de su entrevista que  «la riqueza, la competencia y la paz son (para Steven Pinker) un propósito suficiente para las sociedades humanas, (pero) según la evidencia del descontento occidental, no lo son». En su crítica a la tan mal entendida novela «Feria», de Ana Iris Simón (Círculo de Tiza) varias voces sagaces señalan el acierto en identificar ese malestar que recorre a la sociedad española de la etapa democrática plena, un país reducido a incertidumbre económica, frustración social y consumismo. En la novela de Juarma «Al final siempre ganan los monstruos» (BlackieBooks) Dani, uno de los personajes, uno de los pocos que logra el éxito económico y tiene un núcleo familiar estable, confiesa que no puede vivir sin la cocaína, que solo quiere reventar y que, para él, la vida no tiene sentido, es solo ansiedad y apariencias. No es la miseria ni el fracaso lo que lo arrastra a ese consumo autodestructivo, es el absurdo. Mientras estos niños finlandeses creaban sus farsas, Magda Potok publicaba en la Universidad Adam Mickiewicz de Poznan un ensayo sobre la narrativa de mujeres española actual y lo titulaba, sencillamente, «El malestar».

Algunos de los pocos elementos de caracterización de los que disponían eran tres bigotes postizos de carnaval, convertidos en emblema del grupo, con los que se caracterizaban o, más bien, se caricaturizaban como adultos respetables. «Confía en el hombre del bigote» se llamó uno de sus espectáculos. Los niños finlandeses con bigote que fingen ser burócratas estúpidos, criminales planos de película de tarde o violentos y arrogantes profesores de instituto cantando hip-hop, podrían ser Pablo Casado en un mitin diciendo sus habituales sandeces y hablando con vacas, Pablo Iglesias imitando un reloj, Rajoy confundiendo cobardía y falta de ideas con madurez, Abascal creyéndose en el Planeta de los Simios, Daniel Ortega imitando a Somoza, Pedro Sánchez elogiando un chuletón o Pere Aragonés en su épica secesionista burguesa. También podríamos ser todas las señoras y señores que vivimos la pantomima de un mundo que, como el del anuncio de Ecoembes, gira poniéndonos a todos boca abajo, sin importarle nuestra frustración y necesidades, que ha transformado la cultura en consumo, que ha arrasado con cualquier esperanza de un futuro mejor y que, por primera vez en la historia de la Humanidad, amenaza la propia existencia de vida en el planeta. «Justimus» podría ser un loco de Shakespeare y el duende Puck, probablemente interpretado por un niño en su original estreno en el siglo XVII, de «Midnights Summers Dream», que sentenciaba: «¡Ay, señor, qué estúpidos son estos mortales!». De eso parecían reírse esos muchachos con bigotes ostensiblemente postizos, de ese mundo adulto desautorizado por falso que esconde en sus absurdas rutinas y rituales un profundo malestar.

Encontré mientras buscaba información en cristiano sobre estos ya señores (actualmente no necesitan postizos) un retrato al carboncillo, dibujado por algún admirador, de Juho Nummela adolescente. Aparece tranquilo, con expresión inteligente, el cabello teñido de negro y lacio abrazándole el rostro, sosteniendo su barbilla con una mano, apoyando el otro brazo escuálido sobre un muñeco de nieve y con media sonrisa irónica, mirando de lado. Aparece mucho más guapo que el real, pero no creo que parezca más inteligente de lo que realmente es. Los chicos de «Justimus», como tantos cómicos, por bobos, superficiales y ridículos que parezcan sus personajes, hacen reír porque logran ser oráculos de nuestro tiempo, de lo que se puede decir y de lo que solo se puede mostrar. En ese retrato Juho Nummela parece saber que hay verdades que serían insoportables e inasumibles sin la risa, que si nos las hubiera contado en serio, desvelando su angustia, con su hermosa mirada azul, su sonrisa triste, el rostro desnudo de vello, en mitad del frío y de la nieve de un pueblo recóndito de Finlandia, no le habríamos dado ningún crédito.