"la existencia [de los bullshit jobs] no se debe a la codicia de los capitalistas ni a la ley de la oferta y la demanda, sino a la necesidad de distinción social de los ricos, a la necesidad de los directivos de tener subordinados y a la necesidad política de mantener a la mayoría de la población trabajando"
[Traducido de la revista digital francesa Le Vent Se Lève. Original en francés aquí.]

David Graeber nos dejó en 2020 pero sus intuiciones siguen alimentando las críticas al capitalismo.

EL TRABAJO SE HA CONVERTIDO EN EL «PRINCIPAL MODO DE EXISTENCIA SOCIAL» PARA TODOS

Por otra parte, si el trabajo se vuelve necesario para los poderosos, sigue siendo moralmente indispensable para el resto de la sociedad, incluso más que antes. Desde entonces, la derecha política ha utilizado este mandato moral al trabajo (el «valor trabajo») para justificar las pésimas condiciones laborales de las fábricas del siglo XIX, y lo sigue haciendo hoy en día -el último ejemplo es la propuesta de Emmanuel Macron de hacer trabajar a los beneficiarios de la Renta de Solidaridad Activa de 15 a 20 horas semanales.

Vlad y Estragón esperando a Godot

Este mandato moral sostiene los trabajos de pacotilla, primero justificándolos, y luego impidiendo que quienes los tienen se den cuenta de ello. Nicolas Kayser-Bril resume que «la existencia [de los bullshit jobs] no se debe a la codicia de los capitalistas ni a la ley de la oferta y la demanda, sino a la necesidad de distinción social de los ricos, a la necesidad de los directivos de tener subordinados y a la necesidad política de mantener a la mayoría de la población trabajando» (p. 122). Nos recuerda de paso que la remuneración de una persona no tiene nada que ver con su talento o sus méritos, sino con los usos y costumbres del sector en el que trabaja y con las desigualdades estructurales de la sociedad (género, color de piel).

LA EVALUACIÓN DE UN BULLSHIT JOB ES LA EVALUACIÓN DE UNA FUNCIÓN

El último tercio del libro de Nicolas Kayser-Bril desarrolla entonces las consecuencias que la hipótesis del trabajo de pacotilla, cuando se toma en serio, tiene para la sociedad. Esto se refiere en primer lugar al propio trabajo y a su evaluación: «un empleado que trabaja en una organización sin misión no puede esperar ser recompensado por hacer un gran trabajo» (p. 171). Porque si su organización no tiene una misión, ¿qué hace que su trabajo sea excelente? En cambio, se puede evaluar si la barra de pan de un panadero está demasiado cocida o poco cocida, etc. La evaluación del trabajo del panadero puede ser sesgada o incluso deshonesta por parte de su jefe, pero siempre dentro de unos límites, porque este trabajo tiene consecuencias en el mundo real que pueden ser observadas por él mismo y por los demás.

Pero, ¿cómo evaluar el trabajo de un consultor, un gestor de carteras o un oficial de un ejército en paz? Si su trabajo no produce nada tangible, no hay nada que evaluar. En este caso, lo que se evalúa es la disciplina del trabajador. Además, si nadie puede opinar sobre el trabajo realizado, y en particular no las personas de la profesión (ya que la profesión no existe), entonces cualquiera puede hacerlo (como en el caso de las «evaluaciones a 360º»).

«…debemos elegir colectivamente lo que producimos (es decir, lo que consideramos útil producir), cómo lo producimos y en qué cantidad. Es fundamental hacerlo para que la lucha laboral no se limite a las condiciones en las que se realiza el trabajo, sino que también ataque el contenido del propio trabajo. Esta lucha por reducir las tareas innecesarias en el empleo debe ir de la mano del movimiento histórico por la reducción del tiempo de trabajo.»

Esta ausencia de evaluación no significa que trabajar en un puesto inútil sea fácil: fingir, dar la impresión de que se sabe lo que se hace, requiere formación y trabajo (en el sentido del esfuerzo que se pone en ello). Por otro lado, es una desilusión para los que están en la parte baja de la escala y que querrían subir por méritos, ya que estos méritos no pueden definirse con criterios verdaderamente objetivos (aunque se pueden utilizar tablas de competencias, a menudo son bullshit en sí mismas, es decir, abstrusas e inclarificables). Por el contrario, para los que están en la cima de la pirámide, los puestos sin sentido pueden ser una bendición. Mentir en el propio trabajo significa que uno ya no puede ser sorprendido y tiene garantizado el mantenimiento de su puesto. Los trabajos de pacotilla consolidan las relaciones de poder en la vida laboral.

«CUANTAS MENOS IDEAS, MENOS PROBLEMAS»: EL REGRESO DE LOS BONOS DE FIDELIDAD EN EL TRABAJO

En una organización sin misión, lo que se premia no es el trabajo en sí (en el sentido de obra, ya que no la hay) sino la asiduidad y la fidelidad, por ejemplo a través del presentismo. La lealtad en este caso no se manifiesta hacia la causa de la organización (ya que no la tiene), sino hacia el jefe. Puede llevar a los empleados a hacer la vista gorda ante las posibles consecuencias de sus acciones, para no arriesgarse a ofender a su empleador.

Por último, los bullshit jobs generan sufrimiento entre los empleados. Como ha demostrado la sociología del trabajo, la gran mayoría de los trabajadores intentan realmente «hacer un buen trabajo». El trabajo real supera regularmente las expectativas del trabajo prescrito, como bien ha documentado la sociología del trabajo. Pero esto ya no es posible en una organización sin misión: ¿en qué sentido superamos las prescripciones? ¿Haciendo qué? Y lo que es peor, a veces la dirección puede ver este comportamiento como una falta de disciplina. Esto es lo que Alain Supiot ha llamado la regla AMIMP: a menos ideas, menos problemas.

En la última parte de su libro, Nicolas Kayser-Bril retoma la tesis de Alain Supiot sobre el retorno de los vínculos de lealtad característicos de los sistemas feudales, desarrollada en particular en La gouvernance par les nombres [«La gobernanza a través de los números»], 2015. David Graeber habló de «feudalismo gerencial». Alain Supiot muestra que esta feudalización se ve alimentada por la mercantilización del derecho, que señala el fin del Estado de Derecho [o más bien, régimen de derecho, rule of law], es decir, del régimen en el que el individuo está protegido de la arbitrariedad por la ley. Sin este régimen de derecho, el individuo debe buscar la protección de alguien más poderoso que él, de ahí el retorno de la relación señor-vasallo. La ruptura del código laboral alimenta el fenómeno en las empresas. Posteriormente, Nicolas Kayser-Bril señala que un régimen basado en la dependencia personal sin instituciones no es el feudalismo sino la mafia, o el Estado-mafia. De hecho, esta observación ya la había hecho Alain Supiot en su anterior libro, El espíritu de Filadelfia: La justicia social frente al mercado laboral (Península, 2011).

AUSTERIDAD EN LOS SERVICIOS PÚBLICOS Y BULLSHITIZACIÓN DEL ESTADO: ¿CUÁL ES EL HUEVO DE LA GALLINA?

Nuestro autor llega a esta conclusión al constatar que instituciones como la judicatura, la universidad y el hospital se ven cada vez más vaciadas de contenido por la falta de recursos y por la «nueva gestión pública» que se les impone. También en este caso, para él, es la reducción de recursos impuesta a estas instituciones la que lleva a la multiplicación de tareas inútiles en su seno.

Pero esta hipótesis es frágil. David Graeber había intuido que el proceso se producía más bien en la otra dirección: la llegada de trabajos basura acompaña o incluso precede a la disminución de los recursos. Este fenómeno fue demostrado recientemente por la comisión de investigación del senado francés sobre el uso de empresas de consultoría (como McKinsey) por parte de las administraciones centrales. Este recurso no reduce la factura para el Estado, sino todo lo contrario: los consultores cuestan mucho más que los funcionarios, aunque la materialidad de su producción sea difícil de establecer.

Entonces, ¿por qué recurrir a proveedores de servicios externos? Sin duda porque, como dijo la ponente Éliane Assassi, el objetivo de este recurso no es tanto ahorrar como transferir el mayor número posible de actividades del Estado al sector privado, supuestamente más eficiente, según el Gobierno. El objetivo de reducir el gasto público sería entonces una cortina de humo para la idea de que las privatizaciones y delegaciones de servicios públicos serían necesarias. Por último, la aparentemente compleja metodología de los (inútiles) indicadores de rendimiento, dominada por los consultores, permite justificar su uso.

Wall Street gobernando el mundo

¿QUÉ HACER CONTRA LOS TRABAJOS DE PACOTILLA?

Para luchar contra los bullshit jobs, será necesario reducir las horas de trabajo, la burocracia y las desigualdades sociales. Pero, ¿qué opciones tenemos, individualmente, cuando estamos en un trabajo de pacotilla? Tres, según el autor, que vuelve a tratar este tema en su conclusión. En primer lugar, podemos negar la existencia misma de su bullshit. Consiste en creer que uno se merece su posición social y su salario, lo que de hecho permite consolidarlos. Otra posibilidad es tratar de cambiar las cosas pero, como el que dice que el rey está desnudo, esto expone su posición social a las consecuencias. La última opción es refugiarse en el cinismo, es decir, ver las características de este mundo pero no sacar ninguna conclusión. La mayoría de la gente elige esta opción, con un toque de negación, porque es muy difícil admitir que la actividad principal de uno no aporta nada útil a la sociedad.

¿DEBEMOS SER SIEMPRE PRODUCTIVOS DE TODOS MODOS?

Así que debemos luchar colectivamente contra los bullshit jobs. Podemos decir que no es malo en sí mismo no ser productivista o incluso no ser productivo en absoluto. Se dice que los trabajos de pacotilla son malos porque no producen nada, pero su problema más grave es que hacen que la subsistencia material de quienes los ocupan dependa de una hipocresía a diario renovada sobre la justificación de su puesto. Este es el sentido de la notable conclusión a la que llega Nicolas Kayser-Bril: ¿hay que acabar con la bullshit, con este lenguaje incuantificable? No, dice, porque «la bullshit sólo es un problema si nos vemos obligados a fingir que no existe» (p. 242). En los bullshit jobs, el problema no era lo bullshit, sino los propios trabajos: tener que fingir a toda costa que se produce para tener un lugar en la sociedad.

David Graeber presentó la renta universal como una respuesta a los trabajos de pacotilla al principio de su libro, porque permitiría a cualquiera dejar su trabajo si no lo encuentra satisfactorio. Sin embargo, la aparición de bullshit jobs, como la del cambio climático, no se debe a nuestro comportamiento individual, sino a la organización del sistema de producción. Por lo tanto, es el sistema el que debe ser reformado. Para ello, debemos elegir colectivamente lo que producimos (es decir, lo que consideramos útil producir), cómo lo producimos y en qué cantidad. Es fundamental hacerlo para que la lucha laboral no se limite a las condiciones en las que se realiza el trabajo, sino que también ataque el contenido del propio trabajo. Esta lucha por reducir las tareas innecesarias en el empleo debe ir de la mano del movimiento histórico por la reducción del tiempo de trabajo. Este «gobierno por las necesidades», que se ha llamado autogestión o control obrero según el contexto histórico, transformaría el sistema de producción actual para acabar con sus absurdos.


[1] Es lo que había observado George Orwell en los años 30 trabajando en una cervecería de Montparnasse, restaurantes que entonces sólo eran accesibles para las clases superiores. Sin blanca en París y Londres (1933).

[2] Marie-Anne Dujarier, Troubles dans le travail. Généalogie d’une catégorie de pensée, PUF, 2021.

[3] Sébastien Bauvet, sociólogo, 2010 ; citado por N. K-B. p.40.

[4] En este punto, N. K-B. cita como apoyo en p.119 el primer capítulo de Kessler-Harris, 1990.

[5] En francés, pas d’idée, pas d’emmerde [PIPE], anécdota referida durante la conferencia inaugural de los 24 encuentros de la historia de Blois, de octubre de 2021.

[6] Laëtitia Vitaud, En finir avec la productivité, Payot, 2022

[7] Es la propuesta política de Juan Sebastián Carbonell en su libro Le futur du travail, Amsterdam éditions, 2022.