Virtuoso del relato corto y poseedor de un encrespado sentido del humor, puedo atreverme -y me atrevo- a situar a Abulí (junto a Víctor Mora y Antonio Segura) en el podio de los tres grandes guionistas de historieta de nuestro país. Su estilo de narración negra oscila entre la novela negra de Chandler, el nihilismo de Bukowski y una sensibilidad romántica/gótica que se mueve entre Daphne du Maurier y Edgar Allan Poe.
Sorprende el hecho de que la publicación de este espléndido libro pasara desapercibida para tantos lectores. No somos pocos los aficionados que nos hemos educado en el noveno arte leyendo o, mejor dicho, devorando las despiadadas aventuras de Torpedo: el personaje más emblemático de Enrique S. Abulí (1945, Palau-del-Vidre – Francia).
Además de relatarnos las aventuras de este inolvidable gánster, también junto al genial dibujante Jordi Bernet (Barcelona, 1944), Abulí ha dado forma a series tan extraordinarias como De vuelta a casa, La naturaleza de la Bestia y -mi favorita- Historias Negras. Formando equipo con otros artistas, el maestro franco-español ha cosechado también éxitos más que notables con obras como Alex Magnum (con Geniés), Demasiado Humano (con Garcés), Kafré (con Das Pastoras), El Albino (con Marcelo Pérez) , María Dolares y Asesinos Anónimos (con Félix Vega), La mariposa y la llama (con Martín Saurí), Historias Tremendas (con Darko y Oswal) o Torpedo 1972 (con Risso), entre otras muchas.
Oswaldo Walter Viola (1935-2015, Buenos Aires – Argentina) suele firmar sus trabajos como Oswal y es conocido principalmente por trabajos como El Espíritu de Mascarín, Detective en Holliwood o Mark Kane (con Linton Howard), Bog Rag (con Albiac) y la genial Buenos Aires, las putas y el Loco (con Barreiro). Precisamente, uno de sus trabajos más memorables fueron las recién mencionadas Historias Tremendas que dibujó para Abulí. Oswal posee un estilo ágil y desenfadado con trazos proclives a la caricatura, característica que encaja a la perfección con el peculiar sentido del humor del creador de Torpedo.
Hechas las presentaciones, procedamos a reseñar la obra que nos ocupa. La nieve y el barro se nos presenta como un relato ambientado en la Edad Media y como tal, circunscrito a su correspondiente contexto histórico. Empero, si bien es cierto que tanto a nivel gráfico como narrativo el conflicto dinástico que mantuvo enfrentados a ingleses y franceses a lo largo de más de un siglo (desde el 24 de mayo de 1337 hasta el 19 de octubre de 1453) se halla excelsamente representado en esta obra, sus autores se alejan de la mera adaptación para ofrecernos una ficción histórica narrada a través de las vivencias de un curioso elenco de personajes entre los cuales nos encontramos a dos centinelas, un herrero condenado a muerte, un conde, una condesa, un vizconde, un obispo, un loro, una niña indigente, un caballero inglés y muchos más; porque La Nieve y el Barro es, de hecho, un relato coral cuyos actores aparecen y desaparecen en tanto que las tramas principales se convierten en secundarias y viceversa, descubriéndonos tantos posibles desenlaces como personajes.
Cabe señalar también la constante presencia de chascarrillos y juegos de palabras -igualmente hábiles en francés y en castellano- absolutamente inherentes al estilo de Abulí. No obstante, tanto la estructura del relato como el tono sí se alejan de su proceder habitual en los últimos años, evocándonos lejanamente en el tiempo a los dos espléndidos Relatos del Nuevo Mundo que el célebre guionista hispano-francés escribió para la colección de libros editados por Planeta de Agostini con motivo del quinto centenario del “descubrimiento” de América, cuya estructura narrativa bien puede servirnos como antecedente. A la sazón, en La Nieve y el Barro se suman también otras cualidades evolutivas tan valiosas como la veteranía y la madurez.
Todas estas características son complementadas por el excelente trabajo gráfico de Oswal, cuyo lenguaje resulta tan directo y dinámico que ciertamente logra desplazarnos en el tiempo hasta «aquellos maravillosos años» en los que leíamos con avidez los tebeos de Urdezo y Goscinny. Sin necesidad de malabarismos estéticos y con una total naturalidad, el artista bonaerense logra imprimirle al relato un recalcitrante ritmo narrativo. También en el color, Oswal junto a su colega Luengo, demuestra una total elegancia y meticulosidad para sumirnos en una atmósfera cromática que, nuevamente, rememora a la “bande dessinée” de la escuela más clásica.
Sin ánimo de desvelar todas las lindezas de este libro, finalizo mi comentario en este punto con la más fervorosa recomendación a todo aquel que todavía no lo tenga: Adquiera esta pequeña y desconocida obra maestra de nuestra historieta.