El dúo cómico «Pantomima full», formado por Alberto Casado y Roberto Bodegas, con un humor fino, minimalista e irónico, satirizaba el discurso de esos entusiastas de España que creen que acá está todo y no hace falta salir de viaje a ninguna parte. Uno de sus ácidos letreros rezaba: «Embajador de España en España». El personaje que ostentaba este redundante cargo lo hacía desde el único lugar donde se puede glosar España hasta la náusea sin ser considerado otra cosa que un chauvinista provinciano y pelmazo: Madrid.
IDA popularizó aquella ocurrencia de «Madrid es España dentro de España», proposición que podría romper las costuras de la lógica formal, pero si la lógica fuera el faro de nuestras decisiones o la fortuna tuviera seso, como soñó Quevedo, este mundo sería muy distinto y muy difícilmente esta mujer sería presidenta de la Comunidad de Madrid. Quizá lo que quiso decir es que Madrid encapsula España, pues acapara todas y cada una de sus instituciones nacionales. ¿Pero podría ser de otra forma siendo la capital de España?
Cuando era joven y vivía en Leipzig, me sorprendió que allí se hallara el «Bundesverwaltungsgericht», equivalente a nuestro Tribunal de Casación. Igualmente pude encontrar allí la «Deutsches Bücherei», es decir, la Biblioteca Nacional de Alemania. ¿Cómo podía haber cosas que se llamaran «Bundes» (federal) o «Deutsches» (de Alemania) si no estaba en Berlín? Me aguardaban más sorpresas: la bolsa está en Francfort, donde se edita el principal periódico liberal-conservador: el «Frankfurter Allgemeine Zeitung», la capital de la moda es Dortmund, Hamburgo el principal puerto y la sede de la principal revista de actualidad del país, «Der Spiegel», vagamente progresista y del periódico «Die Welt», conservador. El Tribunal Constitucional está en Karlsruhe, El «Süddeutsche Zeitung», principal diario progresista de Alemania, se imprime en Munich, al igual que el semanario de centro-derecha «Focus». Bremen es el referente nacional en investigación sobre energía nuclear, Tubinga es sede de su facultad de teología más importante… ¿Y dónde encontramos todo eso en España? Muy sencillo, en Madrid.
Fantaseo con hacerme dictador de España, lo que, como sucede con todas las dictaduras, conduciría a la peor de las miserias. Antes de que ese horror se manifestara, no creo que tardara más de una semana, tomaría alguna que otra medida acertada. Comenzaría por enviar a IDA al sanatorio de Arkham del que jamás debió salir. Y, una vez ocupado el poder de forma omnímoda y despótica, me encargaría de vaciar Madrid de instituciones. Cerraría la bolsa de valores de Madrid y haría de Valencia la nueva capital financiera. Los expertos pueden aducir con razón que se trata de una institución privada, pero las leyes, el dinero público y los mosquetones todo lo pueden. Si hasta la autoritaria China tiene en Sanghai su principal mercado, la nuevamente autoritaria España bajo mi yugo lo tendría en Valencia. Con Valencia como nueva sede de la bolsa, de forma natural y sin tener que hacer uso alguno de la coacción tiránica, la prensa económica se desplazaría allí. Con ese traslado se tendrían que ir también varias agencias económicas y regulatorias. Las corresponsalías de las principales cabeceras económicas mundiales, como el «Wall Street Journal», las delegaciones de la banca de inversión, las agencias de acreditación, la banca nacional, querrían también tener su lugar allí. Los principales noticiarios del mundo abrirían nombrando Valencia, aunque fuera en un modesto segundo plano, lo que daría publicidad gratuita y seria a nuestra ciudad. Las facultades de economía y empresariales que anduvieran cerca de esta charca económica brillarían sobre otras. Muy probablemente el IESE o la ESADE se plantearían abrir sede allí, cuando no mudarla. De un día para otro, la otrora pujante Valencia refulgiría de nuevo. La renovada importancia de esta plaza generaría un flujo importante de personas entre la capital política y la nueva capital financiera que permitiría hacer rentable cualquier medio de transporte entre ambas. No habría que rogarle a RENFE que aumentara líneas, RENFE incluso pagaría gustosa todos los gastos solo por no perder ese pingüe beneficio. ¿Coste de esta revolución? Teniendo en cuenta que ya existe un binguillo de Juegos Reunidos Geyper llamado Bolsa de Valencia no habría problema en fusionar ambas y usar sus instalaciones. Habríamos hecho dar un salto de gigante a una ciudad de España y habríamos multiplicado su renta y sus niveles de empleo cualificado sin organizar fastos absurdos, ni con ampliaciones urbanísticas vacías de contenido, ni llorando por subvenciones a la UE teniendo luego que aguantar las insolencias del detestable supremacista Mark Rutte, ni con estúpidos proyectos faraónicos.
Después del «paellazo» financiero, pondría el Instituto Oceanográfico en Gijón, en la castigada por la desindustrialización Asturias, porque, como nos recordaban «Los Refrescos», en Madrid hay muchas cosas, pero, vaya, no hay playa. La Seguridad Social en Polonia está en Toruń, nosotros podríamos ponerla en Soria, lo que obligaría al estado a mejorar las comunicaciones con la zona. Salamanca, ciudad que aloja nuestra más antigua universidad, podría alojar en su seno el Instituto Cervantes y la rama del CSIC dedicada a humanidades. La Universidad de Salamanca es una institución con más historia y patrimonio que prestigio, merecería la pena que fuera nuestra Oxford o nuestra Harvard por más de un motivo, al menos, en letras y ciencias del espíritu. Otra opción para este cometido sería Toledo, hogar de la segunda biblioteca más grande de España y de la medieval Escuela de Traductores. Salamanca podría también ser el centro del poder judicial y albergar el Tribunal Supremo, el Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial. Parecido impacto al de Valencia, arrastraría trabajadores directos e indirectos del mundo jurídico, algo que, lamentablemente, el sector privado español es incapaz de hacer, bien por incapacidad económica (exceso de PYMES de ínfimo tamaño) bien por incapacidad en el más amplio de los sentidos (burguesía cobarde e ignorante incapaz de arriesgar o de invertir en nada que no se haya hecho antes).
Regaría España de instituciones de España, regalaría a España las cosas de España y así España ya no estaría en Madrid atrapada como el genio de la lámpara de Aladino, sino que se manifestaría en cada rincón de España, estaría en todas partes y Madrid seguiría siendo la cabeza política al alojar Las Cortes, las jefaturas de estado y de gobierno y sus ministerios, pero no el cabezón hipertrofiado devorador de cualquier ente que pudiera ser asociado a España. España, España, España, la derecha la defiende, la derecha la honra, la derecha la quiere, pero la quiere todita toda en Madrid. Luego se sorprenden de que en provincias solo piensen en la patria chica, la autonomía o la autonomía con delirios de país, como Cataluña. Es difícil que todos queramos jugar si una niña caprichosa y malcriada acapara todos los juguetes, me refiero a Madrid y a «Lady Madrid». Montó en cólera su presidenta ante esta idea y lo señaló como un ataque a Madrid. Más bien sería una bendición para Madrid, excepto para esas élites extractivas que viven de parasitar al estado. Habría cohesión, un mayor reparto de riqueza y, sobre todo, reparto de capital simbólico, porque España en su centro estaría en Mérida, en Sevilla, en Granada, en Murcia, en Zamora, en Santander, en Teruel o en Ciudad Real. Barcelona sería nuestra capital cultural y quizá podría volver a ser otro gran estudio nacional del cine negro, como lo fue durante la turbia dictadura. O del cine del oeste italiano, como lo fue Almería durante el desarrollismo. Bilbao sería una potente capital tecnológica y no solo capital de su particular feudo industrial, cada vez más reducido ante la bulimia de Madrid. Santiago de Compostela podría ser el espacio de encuentro de las más altas relaciones con Portugal y Mérida una puerta privilegiada hacia Lisboa. Por otro lado, Madrid podría aliviar su insoportable presión demográfica, quizá vería caer el precio de sus alquileres y podría empezar a respirar y dejar de ser la Beijing del sur de Europa.
Despierto de mi siniestra ensoñación y descubro que no es necesaria ninguna abyecta satrapía para descentralizar las instituciones del estado, como ya pidió, sin éxito, Ximo Puig, avalado por un informe de expertos en economía; basta con voluntad política. No la hay. Pedro Sánchez, hermosas sonrisas y fuegos artificiales, prometió crear dos sedes nacionales nuevas fuera de Madrid de bastante poco vuelo, aunque una fuera la Agencia Espacial Española. Todo lo demás, incluido el Oceanográfico, seguirá en la ciudad que no tiene playa, pero sí posee todas las instituciones del país.
Lo que mata a España es ese espíritu tribal y egoísta de «lo mío es mío», donde compartir o ceder es perder, donde repartir es robar y donde todos se sienten, con o sin motivo, agraviados. Todos creen dar de más y recibir de menos. El patriotismo sano, sin cornetas ni soflamas ni odios hacia el otro, empezará el día en que podamos decir: «Toma, lo necesitas más que yo, confío en ti, lo haremos juntos». Ese día cada rincón de España será la capital de un país mucho más grande, esperanzado y próspero. Hasta ese día, habrá que ir a Madrid a comprobar el estado del Mediterráneo mientras nos bañamos en sus tórridas y grises playas de hormigón y asfalto.