Por Guido M. R. Franzinetti

1. Imaginando comunidades. Ernest Gellner preguntó una vez a Benedict Anderson cuál era la sentencia final de sus Comunidades imaginadas [1983]. Anderson respondió: «No hay sentencia final». En cierto sentido, esto lo dice todo sobre su teoría.

El librito fue producto del conflicto entre Eric Hobsbawm y Tom Nairn. Nairn, como auténtico neomarxista, creía que el nacionalismo era algo bueno. Hobsbawm, que era un marxista de una cosecha anterior, era menos entusiasta del nacionalismo. Como especialista en el sudeste asiático, Anderson estaba algo perturbado por los conflictos entre estados socialistas en Indochina, al igual que muchos izquierdistas (aunque no todos).

La respuesta de Anderson a estos problemas fue explicar que las naciones son «comunidades imaginadas». En un contexto cultural dominado por el discurso del psicoanálisis («crisis de identidad» había sido durante mucho tiempo un cliché en la cultura estadounidense), y en el que la historiografía estaba a punto de dar su «giro cultural», esto era música celestial para los oídos liberales y progresistas. El nacionalismo se certificaba ahora como algo bueno. Es la cultura, todo está en la mente: «Es la cultura, estúpido».

Es una pena que la obra por la que se conoce a Anderson sea este librito. No era un experto en historia europea, y la primera edición continuaba con algunos errores garrafales, como admitió libremente en ediciones posteriores. El espectro de las comparaciones [1998, no traducido al español], centrado en su especialidad, el sudeste asiático (y especialmente Indonesia) es mucho más gratificante, pero nadie lo cita. Ni título pegadizo, ni fórmula fácil, ni traducciones a 30 idiomas.

2. Identidades: Imaginadas. Anderson, en cambio, iba a hacer una observación mucho más interesante sobre la identidad: «Cuando yo iba a la escuela, la identidad era un concepto de geometría». En otras palabras, 1=1. No había lugar para identidades múltiples: 2=2, y así sucesivamente. Nadie reparó en esta observación, ya que para entonces los estudios sobre la identidad estaban bien arraigados en el mundo académico y habían generado un interminable flujo de producción literaria (que otrora bien habría podido ser clasificada como «autobiografía»).

El hecho es que «identidad» es un término muy confuso. Se utiliza como metáfora para describir un mosaico de diferentes cualidades, que se supone que producen una especie de efecto de caleidoscopio y, finalmente, una «identidad» específica. En una conversación civilizada, las «identidades» no deben entenderse en términos esencialistas (es decir, como características inmutables que reflejan una esencia eterna). Por tanto, deben entenderse como múltiples: hoy me siento «rojo», mañana «verde», y después todos los colores del arco iris. El modelo es básicamente el de la elección del consumidor: puedo ser lo que me dé la gana; nadie tiene derecho a etiquetarme. El consumidor es la reina, como siempre hemos sabido.

3. Identidades reales. Puede ser interesante echar un vistazo a lo que ocurre realmente en el mundo real (suponiendo que tal cosa exista). Tengo un amigo que tuvo que renovar su pasaporte británico (caducado desde hace tiempo). Nació en el Reino Unido mucho antes de que se introdujeran las normas restrictivas de la Ley de Nacionalidad Británica de 1981. También es caucásico (lo que no debería suponer ninguna diferencia, pero la supone). Resulta que vive y trabaja en Italia, y también tiene nacionalidad italiana. Hasta aquí todo correcto.

La Oficina de Pasaportes de Su Majestad le pidió que aportara pruebas de la ubicación de su oficina (ya que, por alguna razón, prefería utilizar la dirección de la oficina). Tuvo que conseguir una declaración del vicerrector de su universidad, ya que en la práctica administrativa británica un testimonio personal de una persona (el vicerrector) vale más que una mera certificación escrita de una oficina. (En Italia ocurriría lo contrario, ya que los testimonios individuales siempre se consideran sospechosos). Bien.

En este punto, la Oficina de Pasaportes de Su Majestad se da cuenta de que el Sr. X figura en su pasaporte británico (caducado) con dos nombres más, mientras que en su pasaporte italiano (válido) sólo figura con un nombre (Sr. X). Es comprensible que la Oficina de Pasaportes de Su Majestad se pregunte si el Sr. X es alguna especie de bígamo, un estafador o incluso Satoshi Nakamoto (el inventor del Bitcoin). Así que el Sr. X tuvo que pedir al director de su departamento que certificara que el Sr. X (nacido en el Reino Unido, en Llanilltud Fawr el 18 de julio de 19xx, de madre y abuelos nacidos en Gran Bretaña) es en realidad la misma persona que figura en los documentos italianos (el Sr. X, nacido exactamente en el mismo lugar, de los mismos padres). Una vez más, esto siguió los requisitos administrativos británicos (lo contrario de la práctica italiana). El Sr. X obtuvo la renovación de su pasaporte británico. Fin de la historia. (Los detalles se han modificado para evitar la identificación del Sr. X.)

4. ¿Identidad abandonada? La historia tiene varias moralejas. En primer lugar, los países de Common Law y de Derecho Romano tienen prácticas diferentes. En segundo lugar, la Oficina de Pasaportes de Su Majestad tiene toda la razón al querer comprobar la identidad de las personas (dadas las payasadas del Sr. Nakamoto y personajes similares). En tercer lugar, y lo más importante, la Oficina de Pasaportes de Su Majestad no parece tener en cuenta las identidades múltiples. Hay una clara falta de estudios de identidad en esta oficina.

Puede parecer que esta saga sólo interesa al Sr. X y a sus amigos. Pero no es así. Imagínese que tiene que vacunarse. Preguntan el nombre del Sr. X. Podría responder: «Bueno, en realidad tengo varias identidades. Hoy no me siento muy X; me siento un poco Y». En algunos casos -por ejemplo, una vacuna contra el Covid-19- los vacunadores podrían ignorar la cuestión. En otros casos, en algunos países, pueden decirle al Sr. X que primero resuelva sus problemas de identidad.

Uno podría empezar a pensar que de verdad existe una «identidad real». El Sr. X tiene que ser identificable (en algún momento) como el único Sr. X (nacido en Llanilltud Fawr, etc.). Puede que le sirva para renovar el pasaporte, vacunarse contra el virus Covid-19, abrir una cuenta bancaria o cobrar una pensión.

¿Importa todo esto? Sospecho que sí, al menos para el individuo en cuestión.

¿En qué situación quedan los estudios de identidad? ¿A la intemperie? Dios me libre. Lo que yo sugeriría tímidamente es sustituir el término «identidad» por el de «afiliación». Cuando la gente se clasifica a sí misma en términos de su «identidad»/»identidades», en realidad se está refiriendo a decisiones que toma: ser seguidor del Manchester United, vegano, comulgante, lo que sea. Puede que incluso descubran que tienen agencia (o lo que antes se llamaba «libre albedrío»). Puede que descubran todo un mundo más allá de las «identidades».

[Artículo original en inglés aquí]

Acerca del autor:

Guido M. R. Franzinetti estudió Historia Moderna en 1974-1979, con especial referencia a la Historia de Europa oriental en la Universidad de Turín. Posteriormente investigó y trabajó en Polonia, Hungría, República Checa, Ucrania, Uzbekistán, Albania y Kosovo. También ha impartido clases en el Centro de Bolonia de la Universidad Johns Hopkins (2001-2003). Actualmente es investigador y profesor de Historia europea contemporánea y de Historia de Europa oriental en la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Piamonte Oriental Amedeo Avogadro (Alessandria, Italia).