La reciente moda en torno al ChatGPT ha reavivado una vez más el eterno debate sobre el próximo fin del trabajo humano, sustituido por la inteligencia artificial y los robots. Para el sociólogo Antonio Casilli, autor de Esperando a los robots. Investigación sobre el trabajo del clic (Punto de vista, 2021), estos anuncios son ante todo eslóganes de marketing y un discurso teleológico que venera en exceso el progreso. Tras estudiar en detalle el funcionamiento práctico de estas herramientas digitales, muestra hasta qué punto dependen del trabajo humano, generalmente gratuito o muy mal pagado y reconocido. Más que la desaparición del trabajo, deberíamos temer una mayor precariedad y fragmentación del empleo. Una entrevista realizada por nuestra revista amiga Le Vent se Lève.

LVSL: Los medios de comunicación especulan regularmente sobre el fin del trabajo humano. Por ejemplo, difundiendo el estudio The future of employment: how susceptible are jobs to computerisation, que sugiere que el 47% de los empleos serán probablemente automatizados. Como parece indicar el título de tu libro Esperando a los robots, no compartes este análisis. ¿Por qué no?

A. Casilli: En primer lugar, el título no es mío. Sólo iba a ser uno de los capítulos de este libro, el último de hecho. La referencia es a dos grandes obras: el poema de Kavafis «Esperando a los bárbaros» y la obra de Beckett Esperando a Godot, dos grandes obras del siglo XX que evocan una amenaza que nunca llega. Es una presencia trascendente que explica la ambigüedad que sigue existiendo hoy en día sobre este tipo de automatismos, que a veces esperamos con impaciencia, a veces con miedo, pero que siempre acaban aplazándose.

Cuando era joven, yo mismo fui receptivo a oleadas de retórica sobre el fin del trabajo, sobre todo en el libro de Jeremy Rifkin de 1995 The End of Work, que predecía lo mismo que el estudio de Frey y Osborne en The Future of Employment. El mensaje era que la automatización prevista sería tal que pronto desaparecería un gran número de empleos, según una lógica de sustitución. Pero si nos fijáramos en alguien que hubiera vivido desde principios del siglo XIX, por ejemplo, habría podido dar testimonio de una retórica y unas profecías comparables, porque no hubo que esperar a la inteligencia artificial para hacer este tipo de anuncios.

En este contexto, la amenaza de sustitución por robots es una forma de garantizar la disciplina reduciéndolos a una condición puramente mecánica, a un trabajo sin calidad, talento ni habilidad.

Este tipo de discurso se dirige sobre todo a los inversores, que disponen de recursos materiales y de una imaginación constantemente solicitada. El inversor es una persona que debe, como decía Keynes, someterse a los espíritus animales, apartarse y seguirlos en una especie de búsqueda chamánica. Por otra parte, este discurso se dirige también a una mano de obra a la que hay que disciplinar. En este contexto, la amenaza de sustitución por robots es una forma de garantizar la disciplina reduciéndolos a una condición puramente mecánica, a un trabajo sin calidad, talento ni habilidad. Es una forma de devaluar este trabajo e indicar su inutilidad, aunque sea un trabajo necesario.

Al centrarme en este trabajo, vivo y necesario, que alimenta la nueva ola de innovación que surge con la inteligencia artificial a principios del siglo XXI, al mostrar la «esencialidad» (es decir, el hecho de que requieren trabajo humano, nota del editor) de estas profesiones de los datos, intento demostrar que la innovación no destruye necesariamente el trabajo. Más bien desestructura el empleo, o al menos la versión formalizada y protegida del trabajo, que entonces deja de ser un trabajo regido por principios establecidos por grandes instituciones internacionales como la OIT. Estos avances tecnológicos hacen que el trabajo sea cada vez más informal e inseguro, sujeto a una serie de variabilidades y fluctuaciones que responden tanto al mercado tradicional como a un nuevo tipo de mercado, el de las plataformas, que tienen sus propias fluctuaciones, debidas a una lógica menos económica que algorítmica.

LVSL: A propósito de la desestructuración del trabajo, cuando hablamos de «trabajo digital» a menudo nos referimos a los trabajadores uberizados sometidos al capitalismo de plataforma, pero en tu libro también señalas que hay otros tipos de «trabajadores del clic». ¿Cuáles?

A. Casilli: Lo que intento en este libro es tomar como punto de partida el trabajo de plataforma visible que tiene que ver con la logística, los transportes y la movilidad en general. A veces se trata de trabajos de servicios personales, como los cuidadores que atienden a las personas o se ocupan de las tareas domésticas, etcétera. Todas ellas forman parte de la primera familia de profesiones que a veces se denominan «uberizadas». Es un término que eligió un industrialista francés, Maurice Levy, y que se ha impuesto a todo «brandizando», es decir, atribuyendo una marca a un fenómeno social.

Pero intento decir: «Miremos en más sitios». El trabajo de plataformavisible, los nuevos empleos basados en clics o algoritmos, son sólo la punta del iceberg. Hay dos grandes familias en las que se centra este libro: por un lado, el número realmente grande de personas en todo el mundo que preparan, verifican y a veces imitan la inteligencia artificial: son los anotadores de datos, las personas que generan información para entrenar algoritmos o impulsar la inteligencia artificial.

Schiavi del clic. Perché lavoriamo tutti per il nuovo capitalismo? - Antonio  A. Casilli - Libro - Feltrinelli - Serie bianca | laFeltrinelli

Por otro lado, hay trabajos cada vez menos vistos, conocidos, reconocidos y pagados, tan informales que casi se están convirtiendo en trabajos de voluntarios o incluso de usuarios aficionados, como lo somos todos y cada uno de nosotros en un momento u otro de nuestras vidas y días. Por ejemplo, utilizando un buscador para mejorar la calidad de los resultados, como ocurre cada vez que utilizamos Google, o criticando un sistema de inteligencia artificial como ChatGPT para mejorar la calidad de sus respuestas. Existe, por tanto, una continuidad entre las personas a las que no se paga por hacer clic, para mejorar contenidos y servicios algorítmicos, y los trabajadores del clic en países emergentes o de renta baja, a los que se suele pagar 0,001 céntimos por tarea. Sobre el papel, la diferencia es realmente ínfima, pero es importante señalarla.

«Taskificado» [del inglés task, «tarea», n. del T.] significa atomizado, segmentado en pequeñas tareas. Para que los trabajadores sean intercambiables, hay que normalizar y reducir al mínimo la actividad humana, cuya unidad mínima es el clic.

LVSL: Tu distingues tres formas de «trabajo digital». El trabajo de las pequeñas manos digitales, es decir, el trabajo a la carta (la prestación de servicios a pequeña escala como Uber, Deliveroo, etc.); el microtrabajo, que proporciona apoyo a los algoritmos mediante tareas estandarizadas de vinculación de datos; y el trabajo social en red, que es la participación de los usuarios en la producción de valor. En la tradición del taylorismo, ¿reflejan estas nuevas tareas una nueva organización del trabajo que no es abolida por la tecnología digital, sino simplemente dividida y descentralizada en mayor grado?

A. Casilli: Sí, has resumido bastante bien las tres familias de trabajo, pero aún podemos hacer un esfuerzo más para caracterizar la actividad de la que estamos hablando. Para describir este «trabajo digital», podríamos utilizar otros dos adjetivos. Es un trabajo «datificado» y «taskificado». «Datificado» significa que produce datos y que él mismo es producido por datos. «Taskificado» [del inglés task, «tarea», n. del T.] significa atomizado, segmentado en pequeñas tareas. Para que los trabajadores sean intercambiables, hay que normalizar y reducir al mínimo la actividad humana, cuya unidad mínima es el clic.

¿Si es esto una continuación del taylorismo? La respuesta es un poco complicada, ya que el taylorismo, tal como lo conocemos históricamente, se debió, en síntesis, a la gestión científica y no a la gestión algorítmica. Hay una gran diferencia entre estos dos conceptos, porque la definición de Taylor era la del trabajo basado en un plan, con especificaciones para los intermediarios y luego los ejecutores y los trabajadores. Había una cadena jerárquica y una forma de organizar el trabajo con plazos precisos: cada semana, cada día, cada mes, cada año. Se trataba, por tanto, de una planificación, mientras que el trabajo de plataforma utilizado para producir estas inteligencias artificiales es un trabajo de flujo tenso. Esto significa que las formas de asociar un ejecutante a una tarea son más propias de un modelo matemático que de un algoritmo que empareja a un ser humano con un contenido (por ejemplo, qué conductor va a hacer qué recado). En la medida en que esta lógica es diferente, también trastorna el equilibrio político al que había conducido el taylorismo, que a veces se resume en la economía fordista-taylorista basada en la producción en masa, que a su vez produce mercados de consumo de masas.

Aquí nos encontramos con una organización más complicada y con micromercados, nichos de mercado creados ad hoc por el propio algoritmo. Por último, el tipo de protección social que iba de la mano del fordismo-taylorismo se ha abandonado por completo porque no estamos en una situación en la que haya que asegurar un salario estable para que esos empleados puedan permitirse consumir la propia producción de su fábrica o empresa. Hoy en día, no le corresponde a Uber ocuparse de dar a alguien el dinero suficiente para poder permitirse los productos o servicios de Uber. De hecho, existe una separación total entre estos dos aspectos, lo que se traduce en un empleo mucho menos protegido, que ofrece mucha menos certidumbre en cuanto a su propia existencia y su actividad y, por tanto, su remuneración. También supone una menor protección social en términos de seguros, carrera, formación, jubilación, etc. Todo lo que constituía el equilibrio sociopolítico de la segunda mitad del siglo XX -al menos en los países del Norte- se ha dejado ahora de lado, y las plataformas que producen inteligencia artificial y que se basan en este concepto de «trabajo digital» son, en definitiva, la realización y la culminación última del ideal neoliberal del sálvese quien pueda y del trabajo para nadie.

«Nunca he conocido a la gente con la que trabajo, y mucho menos a las personas para las que trabajo, porque me limito a entrar en un sitio web y marcar casillas.

LVSL: En tu libro, hablas de tareas como la incorporación de datos a la IA, la criba de duplicados, la vinculación de recomendaciones, etcétera. Se trata de trabajos en los que no intervienen directamente los puntos fuertes del trabajador, sino cualidades cognitivas como la capacidad de discernir, juzgar o discriminar. Además, se trata de personas individualizadas por el hecho mismo de que se trata de un trabajo que la mayoría de las veces se hace solo, delante de una pantalla. Entonces, ante este cambio de lugar de trabajo, esta atomización del trabajo y el hecho de que las facultades involucradas sean de naturaleza cognitiva, ¿consideras que es el signo de un nuevo proletariado cognitivo o digital?

A. Casilli: Yo diría que existe claramente la formación de una nueva subjetividad política, que podemos llamar «nuevo proletariado». Al final del libro, hago un gran esfuerzo por estudiar hasta qué punto podemos hablar de clase, pero mi respuesta es bastante dudosa. De momento, me gustaría subrayar que la novedad que presenta, por ejemplo, el microtrabajo de plataforma -es decir, personas que se conectan a aplicaciones especializadas donde realizan microtareas pagadas por pieza- es un caso extremo de trabajo autónomo, porque está extremadamente fragmentado. Según las estimaciones de nuestros colegas de Oxford, el salario medio por hora es de apenas dos dólares, aunque no tienen un contrato por hora sino que se les paga a destajo.

Ya no se trabaja por proyectos, aunque sigue habiendo ciertas características del trabajo freelance consolidado desde la llegada del teletrabajo en los años 90. Esta es la culminación, la versión extrema de esta tendencia. Sin embargo, hay otro elemento importante que hace más complejo lo que se puede decir hoy de este microtrabajo. Yo lo caracterizo como trabajo solitario, en el que cada uno trabaja desde [su] casa. Hicimos un documental con France Télévisions llamado Invisibles en el que entrevistamos a microtrabajadores. Lo primero que nos dijo uno de ellos fue: «Nunca he conocido a la gente con la que trabajo y menos aún a la gente para la que trabajo porque, sencillamente, me conecto a una página web y marco casillas».

¿Cuál es la otra característica de este trabajo autónomo extremo? Sencillamente, que el trabajo se desplaza a países donde la mano de obra es más barata. Como los salarios están bajando y esto se está convirtiendo en una especie de batalla campal, los países con mayor número de microtrabajadores no son necesariamente los países del Norte, sino los del hemisferio Sur. Hemos hablado mucho de China y la India, pero se trata de casos complejos en los que hay tanto microtrabajadores como grandes start-ups que aportan valor añadido. También hay países en los que la extracción neocolonial se ha llevado al extremo.

Los países que hemos estudiado en mi equipo de investigación DiPLab se encuentran en el África francófona y en América Latina. A lo largo de los dos últimos años y a raíz de este libro, hemos realizado varios miles de entrevistas y cuestionarios a trabajadores de países como Madagascar, Egipto, Venezuela, México, Colombia y Brasil. En este último caso, a menudo nos encontramos con auténticas granjas de clics, que fabrican seguidores falsos en Instagram o YouTube o visualizaciones en TikTok. Es una forma de engañar a los algoritmos, aunque sea en la base de la pirámide, y estas personas pueden trabajar desde casa. Sin embargo, en otros contextos, como Madagascar o Egipto, se han creado grandes mercados de deslocalización. Allí, los microtrabajadores no trabajan desde casa, sino desde lugares muy variados: unos trabajan desde casa, otros desde un cibercafé, otros utilizan el wifi de la universidad y otros tienen verdaderas oficinas con espacios abiertos más o menos estructurados. Así pues, hay situaciones muy diferentes: algunos jóvenes de los suburbios de Antananarivo organizan una especie de fábrica de clics con otros amigos del barrio y otros utilizan una casa con 120 personas, veinte en cada habitación, haciendo microtrabajo. Así pues, esta atomización parece afectar sobre todo a los países de renta alta. En los países con rentas más bajas, las formas de trabajo por clic son muy variadas, desde la oficina clásica hasta la plataforma.

LVSL: Esta diversidad de trabajadores del clic parece bastante sintomática de un entorno digital que apenas está todavía regulado en términos de legislación laboral, dado que se trata de un campo relativamente reciente y descentralizado. El trabajo está poco reconocido, a menudo es ingrato, está organizado de forma nebulosa, etcétera. ¿Es por esta indefinición por lo que el capitalismo prospera ahí, o es esta indefinición en sí misma un producto de la desregulación capitalista?

A. Casilli: La cuestión de la desregulación tiene una larga historia. Es la doctrina del laissez-faire del siglo XVII, que la doctrina capitalista hereda. Se trata principalmente de la supresión de un gran número de gastos, contribuciones e impuestos de las empresas para luego dejar que estas empresas obtengan beneficios y los redistribuyan entre sus inversores. Aquí, el problema se plantea en términos muy clásicos según la diferencia en economía política entre beneficios y salarios. A grandes rasgos, esta desregulación ha provocado un importante desplazamiento de recursos de los salarios, la llamada «participación salarial». Toda la retórica actual sobre los superbeneficios también tiene que ver con esto; los beneficios y dividendos disparados para los inversores y directores de empresas en las últimas décadas. Por otro lado, se ha producido una drástica reducción de los salarios reales, del poder adquisitivo y de la masa salarial en general. Para reducir esta masa salarial, o bien se despide a la gente -pero no se puede despedir a todo el mundo- o bien se sustituye a la gente bien pagada por gente peor pagada. De este modo, con el mismo número de empleados y la misma cantidad de trabajo, acabamos pagando menos por la masa salarial.

«No hemos visto una reducción drástica del trabajo en términos de horas de trabajo, sino más bien una reducción drástica del trabajo remunerado y un aumento del trabajo no remunerado. Esa es la base de esta economía de plataforma».

Lo que intento demostrar, junto con otros, es que no hemos visto una reducción drástica del trabajo en términos de horas de trabajo, sino más bien una reducción drástica del trabajo remunerado y un aumento del trabajo no remunerado. Esta es la base de esta economía de plataforma, que crea competencia entre los trabajadores para reducir su salario, porque el algoritmo favorecerá a la persona que pueda realizar la misma tarea a un precio más bajo, como hemos visto con los servicios de entrega urgente. Esto ha sido especialmente cierto desde la Covid, con un gran número de nuevos inscritos en estas plataformas y una drástica caída de los salarios, además de una reacción interna de conflicto sindical. Evidentemente, lo mismo ocurre en las plataformas denominadas «de contenidos», que pretenden ser «gratuitas» pero que en realidad no lo son: a veces hay que pagar para estar en ellas y a menudo pagan a las personas que son activas de una u otra forma. El caso clásico es el de la monetización de contenidos, que se ha convertido en un gesto habitual para poder existir en determinadas plataformas como Instagram, TikTok o YouTube y tener una presencia real en ellas. De este modo, coexisten en los mismos espacios el trabajo no remunerado, el trabajo mal pagado y el trabajo micropagado, y todo ello genera una reducción progresiva de la masa salarial a cambio de un rendimiento equivalente o incluso superior en términos de contenido, información, servicio, etc.

LVSL: Así que para ti la desregulación es producto de la estructura organizativa y de su funcionamiento, no sólo del terreno en el que florece, aunque de hecho cree un caldo de cultivo para su propia perpetuación.

A. Casilli: Absolutamente. Si nos fijamos en las empresas, vemos que tienden cada vez más a favorecer la redistribución de grandes dividendos en lugar de la reinversión para crear nuevos recursos, etcétera. Si luego nos fijamos en cómo funcionan estas empresas, nos encontramos con sorpresas a veces amargas: durante nuestra investigación sobre el trabajo en plataformas, nos dimos cuenta del caos que reina en la gestión de esta mano de obra: las plataformas no reconocen que estos micro-trabajadores realizan tareas importantes para la producción de valor para la empresa, así que no los supervisan. Por tanto, no hay «recursos humanos». Son, por ejemplo, el director de compras o los ingenieros quienes organizan los canales para la implantación del machine learning.

Pero estas personas no están formadas para gestionar seres humanos, así que crean desastres porque no saben entender los problemas, no entienden que las personas están acostumbradas a un cierto grado de protección en su trabajo, y son conscientes de sus derechos, lo cual es perfectamente normal. Así que hay mucho conflicto en estas empresas, que no son capaces de gestionar la transición a la plataformización total.

LVSL: Pero no se trata sólo de trabajadores del clic remunerados: en nuestra presencia virtual, proporcionamos regularmente material para los llamados sistemas «colaborativos» (cookies, reseñas, valoraciones, etc.) que establecen sistemas de gratificación afectiva (lo que usted llama «produsuarios», una contracción de «productor» y «usuario»). ¿Suprimen las plataformas digitales la separación entre trabajo y ocio?

A. Casilli: Es un poco más complejo, porque es como si las plataformas intentaran constantemente maximizar el volumen tanto de trabajo como de placer. El ejemplo reciente que me viene a la cabeza es ChatGPT. ChatGPT es una inteligencia artificial que no tiene nada de extraordinario, salvo que pretende escuchar y responder a preguntas. Es un sistema bastante clásico, conocido como «question answering» como modo de aprendizaje automático, pero está rodeado de una especie de aura de gran innovación, o incluso revolución. Obliga a toda una serie de personas a conectarse a ChatGPT, a interactuar con él y, al mismo tiempo, a mejorarlo, ya que cada respuesta negativa o fuera de lugar de ChatGPT es sistemáticamente denunciada por la persona que la recibe, lo que mejora la IA.

Hay una especie de placer perverso en jugar a este juego, en dejarse embaucar por un sistema dominado únicamente por la lógica del marketing. Todo esto no es más que una operación de márketing de OpenIA, que ha conseguido crear un frenesí que les aporta una mano de obra masiva y no remunerada para probar ChatpGPT.

«Todo esto no es más que una estratagema de márketing de OpenIA, que ha conseguido crear un frenesí que les aporta una enorme mano de obra no remunerada para probar ChatpGPT».

La dimensión laboral es fácil de entender si vemos que hay una continuidad entre los usuarios anónimos no remunerados de ChatGPT y las personas que trabajan en el back office de ChatGPT: un mes y pico después del lanzamiento de esta inteligencia artificial, descubrimos que durante años OpenIA había estado reclutando sistemáticamente a microtrabajadores kenianos a los que pagaba un dólar la hora por seleccionar respuestas, etiquetar contenidos, etcétera. Además, como ChatGPT es también una herramienta utilizada para producir código informático, se contrató a varias personas para trabajar en el código durante el año 2020. Estas personas tenían que producir trozos de código y depurar otros, aunque a veces no tuvieran grandes conocimientos informáticos. A veces eran pequeños estudiantes de primer año o personas que acaso podían reconocer que en tal línea de código había un paréntesis que se abría pero ninguno que se cerraba, y eso era suficiente para depurar la línea. Hay un continuum entre estos clickers y nosotros, lo que hace que ChatGPT sea ante todo un esfuerzo humano vivo. Podría haber dicho lo mismo del buscador de Google, pero lleva un cuarto de siglo funcionando, así que es un poco menos actual.

LVSL: Con este entrelazamiento del productor y el usuario, la herramienta digital ya no parece ser una extensión de la mano humana. Al contrario, el trabajo humano tiende a convertirse en una extensión de la herramienta. ¿Considera el trabajo digital como una nueva forma de doble alienación, en la que el trabajador ya no está simplemente sujeto a la máquina (como ha sido el caso desde el taylorismo), sino que desaparece detrás de ella, porque la alienación ya no concierne sólo al trabajador, sino también al «produsuario», que ni siquiera es reconocido como trabajador?

A. Casilli: Los dos tipos de alienación de los que hablas son una alienación de visibilidad y una alienación de estatus, por decirlo brevemente. La cuestión de la visibilidad es un problema importante, pero al mismo tiempo nos permite identificar dónde reside el problema. Desde hace mucho tiempo, las ciencias sociales se ocupan de reconocer las formas invisibilizadas del trabajo: trabajo en la sombra, trabajo fantasma, trabajo virtual, etc. Cada autor tiene su propia definición. Por mi parte, he intentado hablar de este trabajo invisibilizado, «unconspicuous labor«, que es una forma de jugar con la noción de consumo conspicuo. Es una forma de decir que si nuestro consumo es visible, nos mostramos como consumidores, pero no nos mostramos como productores, y casi nos avergonzamos de lo que producimos cuando lo producimos. Por eso nosotros mismos suscribimos la retórica de «no es un trabajo, es un placer: no soy un periodista precario, soy un bloguero», «no soy una presentadora de televisión que no encuentra trabajo, soy una influéncer de Twitch».

Es una forma de decirnos a nosotros mismos que la precariedad es menos grave de lo que es. No deberíamos subestimar el lado alienante de esto, especialmente en términos de desvincular a los individuos de las redes de solidaridad y amistad que normalmente proporcionan las actividades laborales formales. No digo que la vida con los compañeros sea un paraíso, pero el trabajo formal crea un marco que permite a un individuo situarse dentro de una red de relaciones. Esto es mucho menos fácil cuando se trabaja a golpe de ratón. Existe un amplio debate en mi disciplina sobre el encaje o desencaje social de los trabajadores de plataformas, que se centra en la enorme confusión que existe entre el lado productivo y el reproductivo de las mismas. Vemos el lado productivo cada vez que se nos pide que produzcamos datos, pero a veces este mandato está ahí para estimular nuestro placer, nuestras actitudes, nuestros deseos, nuestras ganas de presumir, de ser visibles, etcétera. Puede transformarse en una actividad de ocio, en una actividad social, que entonces está más del lado de la reproducción. Esta alienación refuerza la confusión.

Esto conduce directamente a la segunda alienación, que es la alienación de estatus, es decir, la dificultad de obtener el estatus de trabajador de reproducción social. Pero no es imposible: véanse las luchas feministas, por ejemplo, que han conseguido que toda una serie de actividades antes consideradas puramente reproductivas se hayan incluido en la esfera del trabajo socialmente reconocido, con remuneración y protección social: trabajo doméstico, trabajo de cuidados, etc. Sin embargo, esta ruptura con la alienación no se produce de forma espontánea, simplemente porque el capitalismo avance hacia formas más suaves y socialdemócratas, sino que se produce al ritmo de las luchas sociales.

LVSL: Dado que su libro critica una concepción teleológica del progreso tecnológico en la que el trabajo se acerca a su fin, ¿cómo ve el futuro del trabajo digital, especialmente con la reciente explosión de las plataformas de inteligencia artificial?

A. Casilli: Personalmente, creo que hay que desconfiar del bombo mediático. Estoy en condiciones de saber cómo se estructura la fabricación mediática de estos fenómenos sociotecnológicos, con comunicados de prensa de empresas que producen un nuevo servicio, una nueva aplicación, una nueva inteligencia artificial, y redactores de periódicos que, en busca de contenidos, se entregan al placer de ser portavoces de este tipo de alegatos.

No creo que la inteligencia artificial esté explotando. Al contrario, me he dado cuenta de que la inteligencia artificial está peleando, que tiene fracasos, que hay áreas de la inteligencia artificial que se han quedado en el camino, como el aprendizaje automático no supervisado, donde siempre se anuncian cosas maravillosas pero nunca suceden. O tenemos modas por un tiempo, como el blockchain recientemente, que está sujeto a repetidos fracasos cada pocos meses. No soy un tecnófobo, sino más bien un escéptico que ve la innovación donde realmente está. Pero la innovación no está en la inteligencia artificial, que no está dando saltos de gigante.

«Algunas profesiones basadas en el clic también se han vuelto esenciales, como la entrega y moderación de contenidos.

Por otro lado, ha habido choques exógenos, como la Covid, la crisis sanitaria, la crisis económica y la crisis geopolítica que le siguió. Esta serie de catástrofes hizo que el mercado laboral de 2023 fuera muy diferente de los mercados laborales de años anteriores: en 2019, había más personas empleadas formalmente que en ningún otro momento anterior de la historia de la humanidad, lo cual es obvio porque también hay más seres humanos. Con el Covid se produjo, en primer lugar, un parón general del comercio internacional y, en ocasiones, un crecimiento importante del rendimiento industrial de algunos países, y, en segundo lugar, asistimos también al llamado «triunfo del teletrabajo», que no se tradujo en una especie de desmaterialización de todas las actividades, pero que nos ayudó a identificar ciertas actividades que ahora llamamos «esenciales» (logística, comercio, agroalimentación, sanidad, etc.).

Pero también se han hecho imprescindibles ciertos trabajos de clic, como la entrega o la moderación de contenidos, todos ellos calificados como «esenciales» por grandes empresas como Facebook y YouTube, como prioritarios para volver al trabajo presencial, mientras que a los otros se los puso tranquilamente a teletrabajar durante dos años y medio, antes de ser despedidos. Esto es importante porque es difícil prescindir del trabajo de moderación, que también es difícil de hacer a distancia, porque es difícil moderar vídeos de decapitaciones cuando tus hijos están jugando detrás de ti, o ver contenidos realmente problemáticos, violentos o inapropiados mientras comes. A medio plazo, no veo que este trabajo desaparezca, lo veo cada vez más central, pero desgraciadamente tampoco lo veo más dignificado y reconocido.

Este es el quid del conflicto en los próximos años, el reconocimiento de estos trabajadores. Hay varios indicios de que nos enfrentamos a nuevos conflictos sociales a escala internacional, porque empezamos a ver una estructuración precisa y coherente de los trabajadores y están surgiendo nuevas luchas sociales. En particular, asistimos a la aparición de numerosas reivindicaciones que pasan por los tribunales. Los microtrabajadores no están en la calle, pero vemos a muchos de ellos en los tribunales, en demandas colectivas o acciones para el reconocimiento de su trabajo. En Brasil hubo una importante victoria contra una plataforma de microtrabajo que se vio obligada a reclasificar a varios miles de trabajadores como «empleados».

« «Los microtrabajadores no salen a la calle, pero vemos a muchos de ellos en los tribunales, en demandas colectivas o acciones para el reconocimiento de su trabajo. »

LVSL: En la raíz de todas estas actividades, los algoritmos se basan esencialmente en un enfoque positivista del mundo en el que todo es clasificable, identificable y mensurable. Al destacar la labor de los trabajadores digitales que clasifican y juzgan en apoyo de los algoritmos, ¿no estás poniendo de manifiesto la insuficiencia de esta visión positivista?

A. Casilli: Yo tengo, si se quiere, un enfoque un poco más «irracionalista» del tejido social. Yo pienso que la datificación tiene sus raíces en el positivismo histórico de finales del siglo XVIII, principios del XIX, en la creación de una actitud positivista y, al mismo tiempo, en los antepasados de lo que hoy llamamos inteligencia artificial. En el nuevo libro en el que estoy trabajando me interesan los orígenes del trabajo de cálculo, por ejemplo el hecho de que en Francia y otros países europeos, en aquella época, se crearan talleres de cálculo en los que cientos de personas, a menudo no matemáticos en absoluto sino personas con otros antecedentes (a menudo obreros, profesores), calculaban un poco de todo: tablas trigonométricas para el catastro de París, las posiciones del Sol para el observatorio de Greenwich, etc. Podría interpretarse como una forma de crear un nuevo tipo de matemáticas, una forma de poner la realidad en cifras, pero de un tipo especial, porque no se trataba sólo de cuantificar la realidad a través de las grandes instituciones estadísticas estatales: censos, mediciones, etc. No se trataba de geómetras ni estadísticos sino de gente que trabajaba sobre el terreno y ponían el mundo en forma de datos. A menudo eran personas cuyos nombres o coordenadas no se han conservado, quienes durante años y años calcularon las entidades matemáticas que se necesitaban para crear un determinado tipo de máquinas, por ejemplo máquinas calculadoras o máquinas para observar determinados fenómenos astronómicos, máquinas balísticas para armamento, etc. No se trataba sólo de cuantificar, sino de crear conocimiento precalculado que luego se utiliza para producir máquinas que calculan.

Es el mismo principio que el de las inteligencias artificiales actuales. ChatGPT se llama «GPT» porque la «P» significa «preentrenado», es decir, que todo lo que la máquina puede hacer ha sido precalculado por seres humanos. Estamos asistiendo a la reaparición de este tipo de positivismo bastante inusual, porque no se trata de un positivismo de grandes ideales o grandes sistemas, sino de un positivismo de microdatos, microtareas, microtrabajo, algo mucho más realista y mucho más interesado en un resultado económico bastante inmediato. Si se quiere, a pesar de todo lo que ciertos multimillonarios de Silicon Valley hablan de colonizar el espacio y reformar la mente humana , lo que tenemos aquí es gente que busca reunir un poco de dinero para llegar a fin de mes, incluidos los multimillonarios.

Baptiste Laheurte