Se habla mucho de la extrema derecha. Una extrema derecha que manipula las redes sociales con bots de India, que espía y se infiltra en los liberales, tensiona y violenta las calles y acaba traspasando la frontera del terrorismo. Una extrema derecha robusta y compleja que apabulla, donde hay desde agencias de comunicación plagadas de hackers a campos de tiro y entrenamiento, organizaciones en todos los sustratos sociales, miles de pirados dispuestos a cualquier cosa, y todo esto aliñado con mucho dinero.

The Hater está hecha por varias productoras polacas, distribuida por Netflix y dirigida por Jan Komasa, de treinta y nueve años, destacado por películas como Varsovia 1944 y Corpus Christy, esta última nominada al Oscar como mejor película extranjera. En The Hater, un joven de familia humilde, Tomasz Giemza, Tomek, es expulsado de la facultad de derecho por plagiar en un trabajo. Poco después vemos cómo Tomek está mantenido por una familia de lejanos conocidos de clase alta. Son los Krasucka los que han posibilitado que él pueda vivir y estudiar en Varsovia. Tomek consigue trabajo en una agencia de publicidad y comunicación especializada en manipulación y fake news; mientras se acerca amorosamente a Gabi, hija de la familia que lo ha apadrinado.

Podemos seguir el hilo de la narración a través de una situación política donde el ultranacionalismo polaco se encuentra en avance implacable. En el marco de unas elecciones a la alcaldía de Varsovia, los derechistas contratan a la agencia especializada en manipulación social. Tomek se encarga en primera línea del trabajo. Este consiste en manipular a los progresistas y fortalecer a la derecha.

¿Pero qué pasa con su antagonista, con su contrario?

En la película vemos una izquierda elitista. Una izquierda encarnada por Pawel , candidato liberal a la alcaldía de Varsovia, muy cercano a los Krasucka. Abierta, tolerante, europeísta, muy solidaria con los refugiados y absolutamente divorciada del sentir del pueblo polaco. Una elite que envía a sus hijos a las mejores universidades británicas y norteamericanas, mientras a los hijos de los granjeros amigos como Tomek le da las migajas por caridad. Una izquierda cuyos actos políticos en preciosos palacios del centro de Varsovia están muy alejados de los bares de la periferia donde se reúnen los currelas más cercanos a la derecha. Una pequeña, y no tan pequeña, burguesía liberal que en sus cumpleaños paladea comida vegetariana y vegana… en un país donde la carne ocupa un lugar central en la dieta tradicional y popular. Con eventos culturales solidarios para los emigrantes donde ni siquiera los escultores pueden ser nacionales sino de Hamburgo…

The Hater nos dibuja de forma preclara una izquierda cosmopolita, burguesa, elitista, europeísta que quiere conectar antes con un refugiado sirio que con un albañil polaco; un progresismo que mira por encima del hombro a la limpiadora, al granjero, a ese atajo de “descerebrados” que inevitablemente se acercan al discurso facha.

¿Puede una izquierda así parar el avance del fascismo en Europa y EEUU? ¿Puede el progresismo de salón de los Clinton y los Biden, pueden los socialdemócratas alemanes o el felipismo de toda la vida formar la más mínima línea de resistencia ante los audaces, agresivos, eficaces y financiados agentes del autoritarismo? Pensemos en ello porque quizás hemos de reconstruir una izquierda en los barrios, de los trabajadores, de las limpiadoras, de los granjeros, mecánicos y repartidores de Glovo.

Jan Komasa y el guionista Mateusz Pacewicz consiguen una película que recoge constantes del cine polaco como la frialdad, el hermetismo y la oscuridad. Es intensa. Pero además la intriga y la emoción “van increscendo”. La trama abre y cierra etapas con ritmo, y esto nos hace estar pegados a la pantalla. Maciej Musialowski, actor que encarna al protagonista, Tomek, construye un personaje gélido, calculador, eficaz e impenetrable, que maneja los tiempos y objetivos del argumento de forma indescifrable e inquietante.