Perpleja, estupefacta ha quedado media España (o más) con la victoria de Isabel Díaz Ayuso el pasado martes. Pasado el primer estupor, animémonos aquí a buscar una explicación racional, si no queremos morir de estupor o, peor aun, ver el fenómeno repetirse a escalas mayores.

Examinando los gráficos y las estadísticas[1], no todo es tan sorprendente. Aparecen algunas tendencias clásicas del electorado español. Una de ellas es que, cuanto más renta, más voto a la derecha (o al nacionalismo, en las regiones que lo tienen). La correlación es inequívoca y el «pobre» que vota a la derecha es, en realidad, un fantasma de la izquierda. Sí, existen casos, todos conocemos unos cuantos. Pero todas las estadísticas de voto llevan décadas mostrando que la tendencia general es la contraria.

Otra tendencia, emparentada con esta, es que cuanto mayor nivel de estudios, más voto a la derecha. El «cateto» que vota a la derecha es, también, un fantasma de la izquierda o, en todo caso, la tendencia general es la contraria. Y sin embargo, cualquiera que conozca un poco las redes sociales se habrá topado ya con unos cuantos memes insultando al «cateto pobre» que vota a la derecha. Cuando se difunden estos insultos, pareciera que hablan de otro país, que los hay. Por ejemplo, en Francia existe, desde los años 80 (algo cambió), una correlación muy clara entre bajo nivel de renta y estudios y voto por Le Pen. Pero no es lo propio de España, ni lo ha sido nunca, desde que en este país hay elecciones serias (o casi), es decir, desde principios del siglo XX. La fijación de una parte de la izquierda española con esta figura infundada del «cateto pobre de derechas» es digna de otro (psico-?) análisis, que dejaremos para otra ocasión.

En todo caso, ambas tendencias se repiten tozudamente con cada uno de los partidos en estas elecciones madrileñas. PP, Vox y Ciudadanos presentan todos correlaciones positivas con los niveles de renta y estudios, y PSOE, Más País y Unidas Podemos, las presentan negativas. Por otro lado, estas dos variables, por sí solas, ayudan bastante a entender una tendencia a la derecha de la Comunidad de Madrid, tamayazos aparte: se trata de la región con mayor nivel de renta de España, y también de la de mayor nivel educativo[2]. En cierto modo, la relativa facilidad del PP en Madrid es contrapartida necesaria de la (mucho mayor) facilidad del PSOE en Jaén.

Quizás esto tenga que ver también con que en Madrid no se cumpla la regla de oro de la lógica electoral española, que es el izquierdismo de la abstención o, dicho con propiedad, que cuanta más abstención, menos voto de izquierdas. En Madrid no fue así, por ejemplo, en 2011, aún sin los nuevos partidos, cuando la izquierda acusó drásticamente el desgaste de los últimos años de un gobierno Zapatero al que le tocó una fatídica debacle económica. La derecha arrasó en Madrid sin que bajara la participación, que fue de más del 65%. En Madrid, que el voto pase de izquierda a derecha, o viceversa, parece bastante más corriente que en el resto de España. De no ser por este triunfo del PP, podríamos pensar que los votos de Ciudadanos han volado en direcciones múltiples. Se volvió a comprobar en 2015, cuando, con un nivel de participación semejante, la izquierda ganó en votos (que no en escaños: Izquierda Unida quedó fuera por la regla del 5%, de sospechoso fundamento) en plena crisis de corrupción sistémica.

Visto todo esto, queda explicar el momento pletórico de un personaje como Díaz Ayuso. Es difícil elucidar cuánto se debe a sus propios «méritos» y cuánto al fenomeno diametralmente opuesto vivido por Pablo Iglesias, al hartazgo de las restricciones sanitarias, y puede que a algo más. Aunque el trasvase de votos de un bloque a otro sea lo primero que, intuitivamente, piensa todo el mundo, no parece haber sido tan determinante. Respecto a 2019, la izquierda ha perdido algo más de 64 000 votos, pero la derecha ha ganado más de 442 000. Incluso, contando con la disminución del censo, podemos decir que la izquierda ha mejorado su resultado respecto a 2019, cuando un 30,9% del electorado votó izquierda: Ahora, ha sido un 31,4%. Pero, en el mismo período, la derecha ha pasado de 32,4% a 43,5% del censo. La mayoría de esos votos ganados por la derecha y por Ayuso han debido, por tanto, provenir de la abstención. Se trata, por lo tanto, de un voto atípico, de votantes que no tienen hábito de votar y que, probablemente, votan por motivos igualmente atípicos y excepcionales.

Hay pistas más o menos evidentes de qué lógica ha seguido esto. La híper movilización de votantes en feudos de la derecha rica como Pozuelo de Alarcón (¡84,3%!) contrasta con la desidia relativa en Puente de Vallecas (67,3%). Y, aunque se trate de cosas muy distintas, la coincidencia es sorprendente con lo que publicaba la encuesta de Metroscopia publicada el 27 de abril: el 85% de los votantes de PP y Vox no tenían problema en votar entre semana, porcentaje que bajaba a entre el 64% y el 73% para los votantes de izquierda[3].

Esta es, sin duda, una clave escandalosa, que puede explicar en parte la menor participación del electorado de izquierdas. Que las elecciones sean en días feriados ha de ser un rito culturalmente establecido e inamovible, sí. Al menos, sabemos que la izquierda sigue ahí, sociológicamente intacta, que no ha retrocedido. Muchos medios están anunciando el «hito» de que el PP «gane» en Vallecas. Ligereza sensacionalista, porque la derecha como bloque sigue sin ganar en Vallecas y, si el PP es primera fuerza es porque el voto de izquierdas está muy distribuido entre tres partidos, debido al desplome del PSOE.

Pero todo esto no explica por qué tanta gente, que no votaba anteriormente, ha ido ahora a votar a la derecha, que ha subido en todas partes, incluido Vallecas. Lo ocurrido en Parla, por ejemplo, es elocuente. La participación ha aumentado considerablemente (del 58,1% a casi el 69,8%) y los dos bloques, izquierda y derecha, han ganado votos en términos absolutos. Pero, haciendo las cuentas, se ve que el aumento de votos ha ido en un 80% a parar al PP y Vox. Afrontémoslo: la derecha ha capitalizado unas pasiones, mayormente apolíticas, que la izquierda no.

¿Es el efecto Pablo Iglesias? Pudiera ser. Sirva como balance preliminar de la trayectoria política de Pablo Iglesias, sembrada de incontestables méritos y logros (y de algunos desméritos), decir que ha terminado suscitando más odios que amores. Es, por lo tanto, pensable que la visión de la coleta haya levantado a muchos del sillón. Pero los datos no apuntan principalmente hacia ahí.

¿Es, quizás, un efecto Ayuso? A Ayuso, claramente, no se le puede atribuir gran cosa. Cierto que puede haber encontrado una sustanciosa mina en la noción de libertad, verdadero valor antropológico del homo hispánicus. Y los que han replicado desde la izquierda despreciando la libertad de tomarse una caña en una terraza como si fuera la cosa más superflua del mundo, han mordido el anzuelo hasta el fondo. El otro valor fundamental en el país del anarquismo, la igualdad, no puede ser contrapuesto a la libertad. Negar la caña en favor del hospital público es dispararse en el pie. Ayuso, afirmando la caña y silenciando la cuestión igualitaria, estará coja, pero los cojos pueden andar. Sería una trampa fatal caer en esa fastidiosa inversión de roles históricos, donde ahora es la derecha quien se apodera de la alegría de vivir, y la izquierda quien enarbola sentido de la responsabilidad y salvaguarda de valores morales.

Por otro lado, la indignación ante la esperpéntica presencia mediática de Ayuso ha ignorado por completo que, si hay algo que el pueblo español (sí, ese que mandó democráticamente a Chiquilicuatre a Eurovisión) perdona infaliblemente, es que alguien no se tome demasiado en serio a sí mismo. Los memes de Ayuso vestida de Agustina de Aragón cacareando «Madrid+Libertad» contrastan con el ceño fruncido de Pablo Iglesias y su «patria» de «hospitales» sin nombre propio y poblada de maniquíes. En un país angustiado por el vacío en su definición de sí mismo, la libertad urbanita madrileña ofrece una seña de identidad fundada; algo superficial, pero mejor que nada. En una ironía borrelliana, Ayuso -o sus asesores-, ha conseguido que la partida se juegue entre ser una sociedad putrefacta en un país encantador, o ser una sociedad encantadora en un país putrefacto.

Pero esto, que nos puede servir de aviso para que la cosa no vaya a mayores, tampoco termina de explicar el exitazo de Ayuso entre el abstencionismo. Al menos, eso es lo que se intuye al ver el otro fenómeno apabullante del resultado electoral, a saber, la debacle del PSOE y su sorpaso por Más País. Los eventuales efectos «Ayuso» e «Iglesias» pueden explicar la activación de cierto electorado hacia el PP, pero en nada explican lo sucedido dentro del bloque de izquierdas. Y las dos cosas han pasado a la vez.

Cualquiera puede comprobar que, en la crisis sanitaria, con sus restricciones, sus confinamientos y toques de queda, las actitudes son muy variables: hay personas muy escrupulosas y personas más indiferentes, hay paranoicos y hay imprudentes. En común tienen una cosa: todo el mundo está harto. Cualquiera comprobará, igualmente, que la división política que hemos vivido estos meses (pareciera a veces que llevar máscara era de izquierdas y, no llevarla, de derechas) no coincide con la realidad social. Los dos tipos de personas se dan en todos los grupos ideológicos: Hay «paranoicos» e «imprudentes» tanto a izquierda como a derecha. La apuesta agresiva de Ayuso de pleibiscitar el hartazgo ante las restricciones ha sido, seguramente, la clave fundamental. Dentro de la derecha, se la ha premiado como partido hegemónico. Dentro de la izquierda, se ha castigado al partido que, desde el gobierno, ha tenido que hacerle frente.

De hecho, hay indicios de que la caída del PSOE ha sido especialmente estrepitosa en municipios con una población relativamente joven[4]. Teniendo en cuenta que la tercera edad, el sector con más motivos para temer la infección, está en Madrid mayormente encuadrada en la derecha, su sentimiento en favor de las restricciones ha podido quedar neutralizado ante la guerra sin cuartel librada por Ayuso contra el Gobierno.

Ayuso ha tenido, además del voto de siempre, cientos de miles de votos apolíticos hartos de restricciones. Es un contexto muy particular y las cosas podrían volver a su cauce normal cuando esta crisis sanitaria quede atrás. Pero hay razones para pensar que muchos de estos votos corresponden a población joven. Si no queremos que su adhesión puntual al PP continúe, en su inercia, hacia una identificación perenne, abramos bien las orejas.


[1] https://www.eldiario.es/madrid/demografia-4m-vota-grupo-social-madrid-elecciones-resultados-electorales_1_7896397.html

[2] DE LA FUENTE, Ángel, DOMÉNECH, Rafael, 2018. El nivel educativo de la población en España y sus regiones: actualización hasta 2016. BBVA Research; Ministerio de Economía, Industria y Competitividad; Generalitat Valenciana. p . 8.

[3] https://elpais.com/espana/elecciones-madrid/2021-04-27/la-encuesta-en-claves-la-ventaja-del-pp-el-auge-de-mas-madrid-y-la-posibilidad-de-una-sorpresa.html

[4] Municipios o distritos con alta media de edad: Moratalaz (47,7 años), -10,7 puntos; Latina (46,4) -10,5; Ciudad Lineal (45,8 años) -9,4. Municipios o distritos con baja media de edad: Fuenlabrada (40,4 años), -16,1 puntos; Pinto (38,73 años), -13,8; San Martín de la Vega (37,44 años) -17,3. Fuente: INE, Comunidad de Madrid.