Gregory Renard durante nuestra conversación en San Francisco.

ChatGPT, DALL·E 2, Nero AI, Rewind, Midjourney, Magenta Studio, Runaway y un sinfín de aplicaciones de Inteligencia Artificial aterrizan en internet con la promesa de finiquitar una era. Nos reunimos con Gregory Renard, una de las materias grises europeas detrás del fenómeno tecnológico que ha sacudido este inicio de año.

Mientras avanzo por la calle California, no deja de asaltarme la idea de que voy de cabeza a una madriguera. El apellido de Gregory Renard se me antoja como una invitación a un universo paralelo propio de Lewis Carroll. Sin embargo, el mundo que profesa Gregory, uno de los lumbreras europeos del Procesamiento del Lenguaje Natural (PLN), es real y ha venido para quedarse.

Me ha dado cita en un edificio singular, aunque para mí desconocido, en el barrio de Nob Hill de San Francisco. Desciendo por este complejo de principios de los 60 de estilo postfascista, hasta hallar un hueco donde aparcar en la planta menos dos. He dejado el coche tan ajustado que tengo que meter barriga y escurrirme entre los vehículos para salir. Llegado al vestíbulo de la planta principal, me despisto ante una retahíla de puertas que se despliegan ante mí como en un caleidoscopio. «¿Andreu?», dice una voz que no consigo localizar de inmediato. «¿Gregory?», respondo al busto que se asoma, a lo lejos, por una puerta lateral.

Gregory Renard no hace honor a su apellido, al menos por su aspecto. Es un tipo orondo, afable, acogedor. Me recibe con un fuerte apretón de manos y me invita a pasar a una amplia sala acondicionada por algún discípulo aventajado de David Lynch. Un salón sin ventanas, de paredes oscuras y decoradas con gravados decimonónicos, estanterías repletas de libros antiguos y vitrinas que protegen herramientas de construcción en lugar de trofeos.

La carrera de Renard comienza en su Lille natal, ciudad industrial y algo gris del norte de Francia. A mediados de los 90, Gregory asesora a directivos de un centro de asistencia telefónica para quienes desarrolla un motor de búsqueda semántico invertido. Una aplicación que hace ganar tiempo a los operadores y oro a los jefazos. Gregory hace sus cálculos y, en plena sesión plenaria, anuncia que gracias a su invento solo necesitan una décima parte del personal para producir el mismo volumen de negocio. Una semana más tarde, Gregory recibe una carta de despido. Hoy le darían una medalla.

En cualquier caso, no se rinde. Al contrario, su interés por la semántica y por el lenguaje natural aumenta. Gregory es consciente que las herramientas que todavía hoy utilizamos para comunicar con las máquinas están destinadas a ser piezas de museo. 

El sentido de nuestra civilización

El PLN le apasiona. Prevé su enorme potencial. Comprende que la comunicación cotidiana con las máquinas ha de pasar por el lenguaje natural versus el código que solo los programadores hablan con fluidez. Pero por encima de todo, Gregory entiende que, dixit, «este es el sentido de nuestra civilización». «Yo no trabajo en la tecnología, Andreu. Yo soy un heredero de Gutenberg. Mi misión consiste en acelerar la distribución del conocimiento para ayudar al mayor número de personas. Esto es lo que hago cada día», dice sin pestañear.

Lo cierto es que el lenguaje natural se ha convertido en una de las mayores áreas de inversión de las tecnológicas estos últimos años. Google ha hecho fortuna tratando de comprender nuestras consultas no tanto para darnos una respuesta adecuada, como para mostrarnos publicidad que adapte a nuestras necesidades… y a las de los anunciantes. Las redes sociales no cesan de analizar al detalle y en tiempo real cada uno de nuestros likes, smilies, cada una de nuestras relaciones, pero sobre todo de nuestras palabras, comentarios, intenciones, de nuestros hitos y miserias.

No solo lo que decimos tiene valor, sino también cómo lo decimos. La manera de expresarnos nos define y la tecnología, de la mano de la escasa e inapropiada regulación, sumada al exhibicionismo alimentado por la gamificación, no cesa de hacernos trajes a medida. Más que trajes, auténticos clones digitales que se venden y se compran al por mayor entre GAFAM, marqueteros, aplicaciones disruptivas, spindoctors rojos, azules, morados o naranjas, y servicios secretos con secretas intenciones, por no hablar de gobiernos de ambos hemisferios cuyos casos de espionaje masivo o selectivo salpican a la prensa sin apenas mojarla.

El lenguaje nos define

La manera en cómo nos expresamos es uno de los ejes sobre los que trabaja Gregory junto con el Instituto para la Investigación en Ciencias Sociales de la Universidad de Berkeley. 

«Podemos saber muchas cosas sobre ti gracias al análisis del lenguaje. Podemos conocer tu coeficiente intelectual, tu nivel de educación, tus centros de interés, tus creencias religiosas, tus tendencias políticas. Podemos determinar, con un margen de error insignificante, tu nivel socioeconómico».

Para probar su teoría, Gregory me muestra en su tableta un ejemplo realizado sobre sí mismo a partir de su actividad en las redes. «Aquí está. ¿Ves? Este soy yo». Entre montones de números y gráficos, me intereso por los que reflejan sus creencias religiosas. Resulta que Gregory es un 23% católico, 30% cristiano, 3% judío, 2% luterano, 3% mormón y 39% agnóstico.

—Yo nací siendo un chupacirios. Fui monaguillo durante siete años, y ahora soy un científico agnóstico.

—Sin querer ofender, te queda un 30% de cristiano…

—Efectivamente, y te voy a decir por qué: Mi forma de expresarme me delata. Es una herencia del pasado. Es como el ADN. El vocabulario es el espejo del alma. Tu forma de hablar expresa quién eres. Escuchando tu discurso, sabemos quién eres.

De ahí la insistencia de las GAFAM en presentarnos a sus amigos Alexa, Siri, Cortana y los que nos esperan de ahora en adelante. De ahí la proliferación de programas de Inteligencia Artificial basados en el PLN. Aplicaciones que nos entienden y nos comprenden. Servicios inhumanos que nos guían, nos aconsejan, nos incitan, sin tapujos, sin remilgos. Sin moral. O con una muy concreta. Este 2023 proliferarán nuevos asistentes online para todos los gustos, para todas las creencias, para todas las tendencias. Para todes, amigues.

Inteligencia y consciencia

Aun así, Gregory dice que no deberíamos utilizar la palabra inteligencia para definir la tecnología actual. «Es un término de Hollywood», insiste. Lo que estamos haciendo en la actualidad es «dar a la máquina la capacidad de operar tareas cognitivas». No tiene tanto morbo, en efecto. 

¿Y la consciencia? «Estamos a años luz de dotar a la máquina de una consciencia. Lo que sí que podemos es hacerte creer que la máquina tiene esa capacidad. Podemos generar la ilusión de la máquina es consciente, pero no lo es. Eso es muy complejo. Eso no creo que ni tú ni yo lo veamos».

«¿No es la consciencia humana también una ilusión?», le suelto. Gregory se encoje de hombros. En cualquier caso, la inteligencia —que no la consciencia—, tal y como hoy la entendemos en términos genérales, es algo que sí veremos en esta vida, asegura. Va a llegar. La máquina será tan inteligente como el hombre. Lo superará, de hecho. Tendrá capacidades más allá de las que un ser humano puede procesar. Ya estamos cerca.

Stephen Hawking dijo que la IA supondrá el fin de la humanidad. Greg añade «tal y como la conocemos». Otro optimista.

—Es decir, no creo que la máquina venga y diga: «Voy a aniquilar a la humanidad». En todo caso la va a esclavizar. La va a poner a dormir. Pero, bah…

—¿Bah?

—Eso ya lo hacen las redes. Las redes nos mantienen dormidos, aturdidos. Las redes sociales son el nuevo circo romano. Como lo fue la tele. Así que estamos en lo mismo, manipulación a gran escala. Lo que me inquieta no es que la máquina trate de aniquilar a la humanidad. Lo que de verdad me preocupa es quien está detrás de la máquina. 

Señoría, no hay más preguntas.