«La tecnología es geopolítica por otros medios»: ésta podría ser la lección injustamente olvidada de la presidencia de Salvador Allende y del golpe de Estado que lo derrocó. Es, al menos, lo que se desprende del podcast The Santiago boys, del investigador Evgeny Morozov, fruto de un largo trabajo dedicado al proyecto Synco o Cybersyn. Esta «Internet chilena antes de tiempo», un sofisticado sistema de telecomunicaciones desarrollado bajo el gobierno de Allende, pretendía establecer la soberanía del país en este ámbito. La «vía chilena al socialismo» pasaba por emanciparse de las tecnologías estadounidenses, consideradas un factor de subdesarrollo. El podcast de Evgeny Morozov permite comprender las ambiciones del gobierno de Salvador Allende. En el lado negativo, pone de relieve el desinterés de gran parte de la izquierda contemporánea por la cuestión de la soberanía tecnológica. Muy merecedor de una reseña de Vincent Ortiz, que aquí traducimos de nuestra revista amiga Le Vent Se Lève.

Cuando Fiona Scott Morton, antigua lobista de los GAFAM, fue nombrada para un puesto clave en la Comisión Europea de la Competencia, sólo Francia protestó, aunque tímidamente. Una vez que se retiró, gran parte de la izquierda europea recuperó el aliento: las instituciones europeas estaban a salvo, el sistema de pesos y contrapesos había funcionado, se iba a aplicar la legislación europea, y en beneficio de los europeos, no de los estadounidenses.

La izquierda europea critica a la gran tecnología estadounidense por su opacidad, su gigantismo, sus costes ecológicos y sus vínculos con la extrema derecha. También reclama una regulación más estricta a escala europea. No hace mucho, convirtió en heroína a la comisaria europea de Competencia, Magrethe Vestager, por denunciar las prácticas anticompetitivas de GAFAM. La Ley de Mercados Digitales y la Ley de Servicios Digitales, adoptadas por las instituciones europeas en 2022 a instancias suyas, debían obligar a los gigantes de Silicon Valley a cumplir sus obligaciones con los consumidores europeos.

Pero pocos en la izquierda europea atacan la supremacía estadounidense sobre los gigantes digitales como tal. Parece darse por sentado que si estos últimos cumplen sus obligaciones legales y ofrecen un servicio de calidad, su nacionalidad estadounidense en todo un continente no plantea ningún problema particular. Tampoco la falta de soberanía digital de Europa.

Tal actitud entra en la categoría de lo que Evgeny Morozov denomina «solucionismo tecnológico», que consiste en analizar las cuestiones técnicas desde un ángulo puramente funcional, dejando de lado sus dimensiones políticas y conflictivas1. Por eso no es de extrañar que se interese por el Chile de los años 70, donde las infraestructuras técnicas -en particular las relacionadas con las telecomunicaciones- fueron objeto de una intensa politización, y se contemplaron a través del prisma de la soberanía, o de la falta de ella. Lo más importante, dijo Salvador Allende (citado por Morozov), no era encontrar una solución a los problemas de los servicios telefónicos y telegráficos en el Chile de los años 70; lo más importante era «encontrar nuestras propias soluciones».

No era el único en pensar así. La Unión Popular, la coalición que gobernó Chile durante tres años bajo su presidencia, era muy heterogénea. En los ministerios se podía encontrar tanto a socialistas acérrimos como a los marxistas-leninistas del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria). Pero si había un punto sobre el que había consenso, era el carácter nefasto del monopolio estadounidense sobre el sector de las telecomunicaciones en Chile.

En América Latina, la multinacional ITT (International Telephone and Telegraph, con sede en Washington) era odiada ante todo por las tarifas abusivas que aplicaba. De hecho, denunciarlas dio una primera notoriedad al joven abogado cubano Fidel Castro. Pero esta no era la única razón, ni la principal. Se consideraba que confiar un sector tan estratégico al capital extranjero y privado atentaba contra la soberanía de los pueblos latinoamericanos y los condenaba a un subdesarrollo crónico. Una vez elegido, Allende se dispuso a expropiar la ITT. Comenzó una lucha clandestina.

La cabina de pilotaje cibernético

INTERESES OLIGÁRQUICOS Y DEPENDENCIA TECNOLÓGICA

Como hemos visto, no se trata sólo de dar a los chilenos acceso a un sistema telefónico y telegráfico que funcione bien. El problema radica menos en la mala calidad de los servicios prestados por la ITT y multinacionales similares que en la asimetría de poder que mantienen con la población chilena. La propia ITT es un emblema vivo de la imbricación entre la inteligencia norteamericana y el sector privado.

Cuando Salvador Allende nacionalizó la ITT, los intereses con los que chocó no eran nada desdeñables. Entre los directivos de la empresa se encontraba John McCone, ex director de la CIA (1961-1965). Unos años antes, había dirigido el golpe de Estado de 1964 contra el gobierno brasileño de João Goulart; para ello, se había apoyado en esta misma ITT, que había contribuido a paralizar las telecomunicaciones del país. E incluso antes, había participado en operaciones de sabotaje contra el gobierno de Fidel Castro en Cuba, la más importante de las cuales tenía que ver con… las telecomunicaciones. Así que no hacía falta ser un marxista especialmente radical para darse cuenta de que estos asuntos no podían reducirse a cuestiones técnicas…

Allende intentó entonces atraer a ingenieros de todo el mundo para sentar las bases de un sistema de telecomunicaciones que permitiera a Chile prescindir de las patentes y la infraestructura proporcionadas por Washington. Entre ellos estaba el excéntrico experto británico en cibernética Anthony Stafford Beer. Antes de los tristemente célebres Chicago Boys, otros contingentes internacionales buscaron dar un vuelco a la organización social del país: los Santiago Boys.

Evgeny Morozov señala que estos ingenieros radicalizados estaban influidos por la Teoría de la dependencia2. Según esta teoría, la falta de soberanía tecnológica de Chile hace que el país se limite a la condición de exportador de materias primas. Los teóricos de la dependencia creen que los países ricos monopolizan los conocimientos tecnológicos y poseen las condiciones para su reproducción. Los países pobres, en cambio, están condenados a importar productos de alto valor añadido y no disponen de los recursos necesarios para competir con ellos. Con la ayuda de la inercia institucional, esta ventaja inicial para unos y esta desventaja para otros se mantiene. Incluso tienden a aumentar con el comercio internacional, tal como predomina en el capitalismo2. Con el proyecto Cybersyn, los Santiago Boys pretenden romper este círculo vicioso.

Así es como, a puerta cerrada, trabajaron en el desarrollo de medios de comunicación revolucionarios. Esbozaron un sistema telegráfico que permitiría enviar mensajes de un punto a otro del país y visualizarlos en teleimpresoras. En Santiago, una sala secreta con una pantalla centralizaba estos intercambios. Según los Santiago Boys, este sistema cartografiaría todo el país y proporcionaría información en tiempo real sobre las necesidades y capacidades de cada uno (oferta y demanda), desde la zona sur hasta la frontera peruana de Chile.

Como se ve, se trata de mucho más que de sustituir el sistema telefónico y telegráfico existente: el proyecto Cybersyn abre la vía a modos de coordinación y comunicación sin precedentes. En muchos sentidos, anticipó las hazañas que más tarde lograría Internet en Silicon Valley.

El gran Stafford Beer, contándolo.

¿DE LA ECONOMÍA DE GUERRA CIVIL A LA PLANIFICACIÓN?

Fue durante la huelga de camioneros cuando el proyecto Cybersyn cobró realmente sentido. En 1972, el país estuvo a punto de paralizarse: bajo el impulso del movimiento de extrema derecha Patria y libertad y de la CIA, los camioneros obstruyeron las vías públicas. Frente a ellos, los activistas del MIR intentaron detener el movimiento y mantener el tráfico en movimiento con la mayor normalidad posible.

La herramienta de los Santiago Boys permitió informar en tiempo real de la situación de cada bando: las empresas cuyas carreteras estaban bloqueadas, aquellas cuyas carreteras estaban libres, las que tenían escasez y las que tenían excedentes, podían relacionarse. La esperanza era que así se evitara la asfixia de la economía que pretendían los huelguistas. Por supuesto, Cybersyn aún estaba en pañales.

Pero la idea iba ganando terreno: ¿no podría generalizarse en tiempos de paz este método de coordinación, tan prometedor en tiempos de guerra civil? Si todas las empresas del país estuvieran conectadas al télex, podrían comunicar sus entradas y salidas en tiempo real. Entonces sería posible agregar estos datos, establecer regularidades e identificar (incluso antes de que los agentes sean conscientes de ello) cualquier problema en el proceso de producción.

El ingeniero británico Stafford Beer era un entusiasta de la cibernética, la «ciencia de los sistemas complejos» generalmente asociada a una ideología autoritaria y liberal. Pretendía utilizarla como herramienta de emancipación al servicio de la planificación. Explicó su concepción cibernética del Estado a Salvador Allende: como un órgano, el Estado tiene una parte consciente -que toma decisiones políticas- y una parte no consciente -que ejecuta patrones regulares del día a día, repetidos espontáneamente sin reflexión.

Pero estos patrones regulares se quedan rápidamente obsoletos ante una realidad en constante cambio. ¿Qué mejor manera de garantizar que puedan adaptarse gradualmente a estos cambios que con un sistema nacional de telecomunicaciones que permita a cada organismo estar al tanto, en tiempo real, de los cambios que se produzcan en cualquier esfera del gobierno o la economía?

Morozov subraya la hostilidad que encuentran Stafford Beer y los Santiago Boys. Los medios conservadores disparan balas al rojo vivo contra un proyecto calificado de orwelliano. Pero la oposición, más suave, también vino de la izquierda: los marxistas-leninistas del MIR defendían el poder de los trabajadores frente al de unos pocos ingenieros. Esta tensión entre democracia obrera y tecnocracia caracterizó todo el mandato de Salvador Allende3. Junto con la intensificación de las maniobras de sabotaje por parte de la oposición, esto explica por qué Cybersyn nunca superó, en su mayor parte, la fase de proyecto. El 11 de septiembre de 1973 fue finalmente enterrado.

¿QUÉ LECCIONES APRENDER DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973?

¿Revolucionario el proyecto Cybersyn? Morozov señala que la CIA ya disponía de una red de comunicaciones similar antes de los años setenta. Para coordinar la represión anticomunista, había puesto a disposición de sus aliados latinoamericanos un sistema de télex destinado a facilitar la cooperación. Varios historiadores entrevistados por Morozov dan detalles de cómo funcionaba. En Washington, una pantalla gigante centralizaba toda la información y las conversaciones. Podía mostrar los mensajes intercambiados entre las distintas partes, así como mapas y datos agregados.

¿Estaban los Santiago Boys simplemente imitando torpemente un sistema de telecomunicaciones ya existente? Otra pregunta más lancinante recorre este podcast: durante la presidencia de Allende, ¿continuaron funcionando esas redes paralelas y facilitando la comunicación entre la jerarquía militar y los servicios estadounidenses? Hechos inquietantes, relatados por Morozov, sugieren que los oficiales detrás del golpe del 11 de septiembre de 1973 se apoyaron en un sistema de este tipo para destilar información falsa, generar confusión y permitir el éxito del golpe. Sea como fuere, este sistema continuó en la década de 1970. Proporcionó a los protagonistas de la Operación Cóndor medios de represión de temible eficacia.

El podcast de Morozov ofrece una inmersión de precisión quirúrgica por los canales subterráneos del golpe de Estado de 1973. Revela hasta qué punto las redes de comunicación abandonan su aparente neutralidad en cuanto la situación política se tensa y se convierten en armas de guerra, junto a las finanzas y el ejército.

No podemos evitar establecer un paralelismo con la situación actual, y contrastar el voluntarismo político de la Unión Popular chilena con la atonía de gran parte de la izquierda contemporánea. Mientras la primera intentaba deshacerse de la ITT, la segunda parece paralizada ante los GAFAM – cuando no le son totalmente indiferentes.

Los múltiples casos de espionaje del gobierno estadounidense a sus homólogos europeos, posible gracias a su supremacía tecnológica, ha suscitado poca indignación. El caso Pierucci, en el que un ejecutivo francés de Alstom fue detenido por el Departamento de Justicia de Estados Unidos (DOJ) y condenado sobre la base de mensajes intercambiados a través de Gmail (al que el DOJ, por supuesto, tenía acceso), nunca llegó a movilizar a la izquierda francesa. Y ante la Cloud Act aprobada bajo el mandato de Donald Trump, que formaliza el derecho de Estados Unidos a violar la confidencialidad de los intercambios si ello redunda en su interés nacional, la izquierda europea ha permanecido en gran medida en silencio.

Se objetará con razón que la Big Tech estadounidense presenta retos mucho mayores que las multinacionales de las telecomunicaciones de antaño. Pero ¿quién puede decir que la experiencia de la Unidad Popular frente a la ITT no es rica en enseñanzas para el presente? ¿Y que el desdén de una parte de la izquierda francesa por cualquier forma de soberanía digital no es un problema de primer orden?

[1] Las implicaciones del «solucionismo tecnológico» van más allá de lo que puede exponerse en este artículo. Véase el libro de Evgeny Morozov Le mirage numérique. Pour une politique du Big Data (Les prairies ordinaires, 2015).

[2] La Teoría de la dependencia en sentido estricto hace hincapié en la asimetría tecnológica entre países ricos y pobres, y en la inercia institucional que permite que persista este estado de cosas. A menudo se combina con la tesis de Singer-Prebisch (llamada así por los dos economistas que lo teorizaron), que postula un «deterioro de la relación de intercambio»: a largo plazo, el precio de los bienes de alto valor añadido tiende a subir más deprisa que el de las materias primas. Se trata, sin duda, de otro factor que mantiene o refuerza esta asimetría tecnológica.

[3] En Chile 1970-1973: Mil días que estremecieron al mundo (Sylone, 2017), Franck Gaudichaud detalla las contradicciones que caracterizaron la experiencia gubernamental chilena.