Wopke Hoekstra, líder del CDA, minúsculo partido centrista neerlandés de origen democristiano y actualmente liberal paniaguado, será, si nadie lo remedia, el próximo Comisario Europeo para el Clima. ¿Por qué es casi peor que un líder ultraderechista?
Wopke Hoekstra, «Woopie», como lo apodan sin asomo de sentido del ridículo sus acólitos más jóvenes, líder del CDA, dos metros de absoluta torpeza, moderadamente guapo, casi tanto como uno de esos psicópatas planos de película de tarde, progresista en lo social con aquellos temas y en aquellos lugares donde ya no supone riesgo: defender a mujeres y minorías sexuales en Países Bajos es tan fácil como apostar por el cultivo del tulipán. Vagos principios de inspiración socialdemócrata alientan a este partido moderado y liberal de carcasa progresista. De la antigua democracia cristiana calvinista que alumbró al CDA parece no quedar nada, o quizá sí, creo que dos cosas: hipocresía y devoción fanática por el dinero.
Wopke Hoekstra cubre sus garras de suavidad y flores, como cantó Miguel Hernández. Durante el periodo más negro de nuestra pandemia consideró que Italia y el resto de los cerdos del Mediterráneo merecían reencontrar la Peste Negra en sus calles por no tener unas cuentas públicas saneadas. Calvino quemó a Miguel Servet por una cuestión de ortodoxia teológica y Hoekstra junto a Rutte gozaron viendo arder a esos mediterráneos salvajes, hedonistas e imprudentes. Con tristeza, pero ya no con sorpresa, discuto con un muchacho mestizo, homosexual, universitario, autoconsiderado ingenuamente izquierdista y autodenominado «Pequeño Cosmonauta». Su idea del cosmos y su compromiso moral se reduce a su patria: Países Bajos. Enumera todas las repetidas divisas de la izquierda bonita: sí a todas las etnias y culturas, sí a la diversidad sexual, sí a la igualdad, sí al medioambiente, pero no a los europeos del sur que usan nuestro dinero irresponsablemente y a los que hay que conducir como si fueran niños malcriados. Sorprende la disonancia cognitiva de creerse socialista, pero solo con aquellos que comparten su pasaporte. Debemos agradecerle entre otros a este sociópata que amplísimas capas de la población neerlandesa hayan abrazado la xenofobia, el egoísmo y el supremacismo nacionalista sin advertirlo ni sentir remordimiento alguno, como quien ingiere un tóxico insípido. La clave discursiva de esta acrobacia, que ya la dio Orwell en su famoso «1984», la desarrolló teóricamente en sus trabajos otro holandés, el lingüista Teun van Djik. Van Dijk habla del mecanismo de la «disculpa» (disclaimer), que se añade en otra secuencia oracional y que a veces entra en contradicción con la primera parte del texto: «Yo no soy racista, pero…». Detrás del «pero» camina el verdadero pensamiento del locutor. Van Dijk defiende que está es la estrategia para sostener pensamientos socialmente censurados o que entran en contradicción con el resto de nuestros principios. Detrás del egoísmo y la defensa de la ortodoxia neoliberal aparece el aristotélico «sentido común», una forma de enmascarar intereses vergonzantes y desacreditar a los países receptores. El errante cosmonauta holandés defendía el progresismo del CDA a la vez que compraba su visión moralizante del gasto público. ¿Cómo va a ser reaccionario un partido que defiende a mujeres, minorías, perritos, gatitos…? Todo está bien mientras no nos cueste dinero y se queden en su casa.
En la distorsionada visión de sus cuentas públicas y tamaño económico, olvidan o parecen olvidar que su saneada economía no mantiene ni podría mantener a países cuyo PIB es muy superior al holandés, caso de Italia, miembro del G-7, club al que no pertenece Países Bajos. Cuesta asumir la soberbia de un país tan minúsculo. También olvidan las desleales prácticas fiscales que se les toleran, la burbuja inmobiliaria que están alimentando y el amplio mercado del que gozan sin el cual un país de su tamaño en un entorno mundial tan hostil sería algo más que un exportador de tulipanes. Ferrovial no está allí por la calidad de su mantequilla.
¿Qué diferencia a un supremacista, fanático de la ortodoxia fiscal, egoísta y sutilmente xenófobo de un ultraderechista como Wilders? La honestidad. Me refiero a la honestidad del ultraderechista, que admite sin sonrojo saberse una versión civilizadamente superior del europeo sureño y de otras familias humanas más lejanas y oscuras. Hoekstra, al que acusan de boicotear la agenda verde europea, conocido como «Mr. No», implacable, frío, cruel, suave en las formas y directo en el mensaje, el hombre al que no le tembló el pulso ante los miles de muertos en Italia y España, calificado como «repugnante» por el valiente premier portugués Antonio Costa, el próximo Comisario Europeo para el Clima es el mayor hipócrita del continente y una verdadera amenaza para los valores del proyecto europeo. Mucho más peligroso por tanto que un extremista declarado, previsible y sincero, es este retorcido tiburón de las Provincias Unidas.
Una España que tuviera respeto por sí misma habría impedido con uñas y dientes que semejante Tartufo ocupara ese cargo. Recordemos que nos representa a todos este sujeto sin escrúpulos que siente un genuino desprecio por media Europa. Pero los españoles preferimos desacreditarnos unos a otros antes que enfrentarnos a quien, sin duda, en nuestro enemigo común. Tenemos al enemigo en casa.