Entre las líneas que componen esta obra, volvemos a reencontrarnos con la realidad, la verdad de las palabras, nos reconciliamos con las letras, con la magia de la ficción, esa que nos une y nos desune a un tiempo, la que nos permite soñar sin dormir y la que nos ayuda a vivir todo lo que en la vigilia no nos está permitido.
En el tiempo que nos ocupa, nos disponemos a comentar una obra recién salida del horno. Se trata de un conjunto de relatos y piezas teatrales encabezadas por un poema “Pórtico” que, a modo de aperitivo, nos avecina un suculento manjar. Todos estos elementos, en conjunto, constituyen un libro de una gran hondura literaria, que, como nos contó su autor en la presentación del mismo, muchos de ellos fueron escritos hace ya alguna década. Siendo este el caso, el lector se aventurará a decir que por fin Javier Cluj haya cedido a darle forma y rienda suelta a esa gran maestría que, como un don caprichoso de dioses, parecen estar dotados su mente y espíritu.
Muchas de estas creaciones brillan por su discurso plagado de verdades universales, pues este libro está hecho de pequeñas virtudes que se esconden entre las sutiles líneas ficcionales, entre los diversos personajes que en él habitan. La maestría con la que Javier ha perfilado sus figuras, los rasgos de carácter y la espontaneidad de sus acciones, nos van desvelando una ópera prima a la que auguramos y deseamos un prometedor futuro.
Aunque el nexo que une cada historia es la infancia, bien nos aclara su autor que no es un libro para niños. No podemos estar más de acuerdo en esto, pero, eso sí, esconde los sentimientos más profundos que gobiernan estas edades, la inocencia y la pérdida de ella, los temores y asombros más extraordinarios que pueda experimentar el ser humano, probablemente de manera más intensa en esta etapa. Todo este conglomerado envuelto en una nebulosa de tedio y dolor, pues predominan ambos en todas las composiciones, conforma una obra completamente humana, profunda y extraordinariamente sensible que, unido a ese discurso tiznado de una continua cotidianidad, lo convierten en una pequeña joya literaria capaz de fascinarnos.
A pesar de todo, Javier nos previene en la introducción que nada es real y que no intenta hacer discursos naturalistas, ni pretende, se vale simplemente de los recursos que posee. En realidad son muchos, como comprobarán o quizá ya lo hayan hecho, pues los elementos intertextuales que utiliza hablan por sí solos en un continuo y elaborado juego literario. A través de su delicioso discurso nos trasladamos sin dificultad a las calmas aguas del Mediterráneo de la mano de un inocente niño que no acierta a comprender cuál es su verdadera identidad, ni por qué las únicas personas que le han ayudado no escatiman en insultos hacia la nación cuya lengua conocen y utilizan en “El pequeño apátrida de Padua”.
El antiguo Vanka nos recuerda que, en los estertores de la guerra, las heridas cerradas por el tiempo aprisa y sin sanar resurgen como llagas que borran el recuerdo feliz de la infancia.
Luchi tiene vida, toda de la que carece su interlocutor. Sus miembros de trapo vibran y sufren como lo hace el corazón del lector mientras descifra las palabras que componen el relato. Las crudas circunstancias que vive su protagonista, relatadas todas ellas por su inseparable amigo, se tornan en un grito de denuncia, alertando a una sociedad dormida que prefiere girar la cabeza hacia otro lado antes que afrontar la crueldad con la que, en ocasiones, los seres humanos tratamos a otros, incluso, o más aún si cabe, a temprana edad. Luchi no podía expresar todo lo que entre llantos su niño le había confesado, pero <<de verdad que lo sentía>>, provocando así el pacto tácito del silencio ante la agresión que vemos también en “A Tifanny le gusta Thomas”. Un silencio que, en ocasiones, acaba con la respuesta más violenta, como ocurre a través de un intento de retornar a la actualidad a Poe en “Salta, ranita”.
Las denuncias siguen y el deseo por conseguir un mundo mejor está presente en otros relatos. El inhumano trabajo artístico estrujado hasta la extenuación para aliviar caprichosamente los males de algunos poderosos no pasa desapercibido en “Montaña de oro, amor de Dios”. De nuevo nos tropezamos con perfiles reales, presentes en nuestra Historia que el polvo de los años ha sepultado, pero que no difieren tanto de otros comportamientos que hoy en día reinan en algunos lugares.
Los ingeniosos espíritus de Hume y Rousseau deambulan entre las páginas de este libro, en un texto que, a priori, se nos presenta cómico, pero en el que progresivamente iremos descubriendo que la crudeza de la realidad reina sobre todas las cosas. Esos mismos se sorprenden al descubrir, en palabras de Javier, que <<el ser humano es más poderoso destruyendo que creando>> de modo que se embarcan en una empresa con el fin de apelar a las mentes de los que gobiernan <<Continuaba hablando de los principales males del mundo, incidiendo en la utilidad de la educación, en el deber de la solidaridad y en la necesidad de la paz, la libertad y la concordia, en un lenguaje sencillo para llegar a todas las gentes>> discurso de estos espíritus tal vez materializados en los cuerpos equivocados o quizá no, quién sabe…
Ahmed representa un problema mundial, un grave problema que levemente ocupa minutos en el telediario. Ahmed es esperanza pasada y fracaso presente, sueños e ilusiones hundidas en las frías aguas del Atlántico o en las cálidas mediterráneas. De manera simbólica, su vida y sus deseos se entrelazan con los desvelos de un padre que trata de aliviar el inminente sufrimiento de su hijo y el suyo propio, en un viaje al absurdo de Sinapia que gobierna una escena dramática y que no dejó indiferente a un público joven que se debatía entre la difícil tarea de hacerse con nuestra lengua. Tampoco les dejará indiferentes a ustedes pues, como un dardo temblando en la diana, atravesará sus conciencias.
“En dos libras de mi propia carne” Javier nos habla en primera persona sobre distintas experiencias de su propia vida. Sorprende la delicadeza con la que perfila los recuerdos, no solo por la maravillosa dulzura con la que los dibuja, sino también por la capacidad extraordinaria para recordar al mínimo detalle hasta las melodías que reinaban sus días de infancia. Las aspirinas de Bayer, la fiebre infantil oscilante según el momento del día, las sanadoras y luchadoras manos de su madre que todo lo curan, detalles que cargan de una absoluta belleza e intimidad el final de este catártico viaje por los sentimientos más puros y profundos que pueblan la obra.
En definitiva, y con toda la sinceridad que encierran estas palabras, estamos ante una fantástica obra que no dejará indiferente a nadie.
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