Por Cédric Leterme

Souveraineté numérique européenne - Le Vent Se Lève
La presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen en compañía del presidente de Estados Unidos Joe Biden © Cuenta Facebook de la Casa Blanca.

«Soberanía digital»: este concepto ha pasado a ocupar un lugar central en la agenda de la Unión Europea (UE). Sin embargo, su puesta en práctica adolece de las numerosas debilidades de la construcción federal, en particular su carácter supranacional, neoliberal y atlantista. Aunque muchos comentaristas aluden a un supuesto «giro geopolítico» por parte de las élites europeas -que habrían tomado conciencia de la necesidad de ganar autonomía frente a las grandes potencias-, la realidad es otra. Lejos de haber conquistado una independencia mínimamente aparente en materia digital, el Viejo Continente sigue estando ampliamente dominado por Estados Unidos. El conflicto ucraniano es un cruel recordatorio de esta realidad que las estructuras actuales de la Unión Europea contribuyen a perpetuar.

Uno de los hechos más destacados de los últimos cinco años en Europa ha sido sin duda el auge de la cuestión de la «soberanía digital europea». Cuando Ursula von der Leyen se convirtió en Presidenta de la Comisión Europea, hizo de la estrategia digital una de sus prioridades1, en un contexto de creciente desconfianza ante las consecuencias económicas, políticas y sociales del dominio abrumador de las grandes tecnológicas y del retraso de la Unión Europea en este ámbito.

Posteriormente, una serie de factores han contribuido a realzar esta cuestión en el seno de la UE y, sobre todo, a redefinir su alcance en torno a la noción de soberanía. Entre ellos, la crisis del covid-19 ha sido especialmente decisiva al menos por dos razones. En primer lugar, porque ha provocado una aceleración sin precedentes de la influencia de la tecnología digital -y de las empresas que la dominan- en todos los aspectos de nuestras vidas2. En segundo lugar, porque dicho episodio dio lugar a un renacimiento de conceptos que treinta años de globalización neoliberal habían contribuido a oscurecer -una tendencia también reforzada por la guerra de Ucrania-, empezando por los de soberanía, autonomía estratégica y seguridad de abastecimiento.

Las decenas de miles de millones de euros previstas en el plan europeo palidecen en comparación con los cientos de miles de millones liberados por los planes estadounidense y chino.

En este contexto, la «soberanía digital» se ha ido perfilando como un elemento clave de la estrategia digital europea. En febrero de 2020, Ursula von der Leyen, en un artículo dedicado a sus propuestas en este ámbito, concluía afirmando que «todo lo anterior puede resumirse en la noción de “soberanía tecnológica”, que designa la capacidad que debe tener Europa de tomar sus propias decisiones, basándose en sus propios valores y respetando sus propias normas ». Por su parte, el Presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, explicó en un discurso pronunciado un año después que «la soberanía digital está en el centro de la autonomía estratégica de Europa », mientras que Alemania y Francia, en particular, han situado esta noción en el centro de sus presidencias rotatorias de la UE, en 2020 y 20223 respectivamente.

Control interno e influencia externa

Según la politóloga de Oxford Julia Carver, «el núcleo del discurso [sobre la soberanía digital] consiste en reclamar el control legítimo del entorno digital interno de la UE (por ejemplo, el “mercado único digital”), así como la capacidad de trazar su propio rumbo en el ámbito digital mundial, es decir, poder actuar como un “actor digital” global »4 . En concreto, esto se traduce en normativas ambiciosas (y en algunos casos sin precedentes) destinadas a establecer una «tercera vía» europea entre el laissez-faire estadounidense y el autoritarismo chino: DMA, DSA, Data Act, IA act, etc. De este modo, la UE trata simultáneamente de ponerse a la altura de estos dos actores, intentando redefinir las reglas del juego a escala mundial, al tiempo que sienta las bases de lo que debería ser una auténtica política industrial digital europea (basta pensar en la Chips Act).

Además de su envergadura y del papel de «pionero» que otorgan a la UE en materia de regulación digital, estos esfuerzos encarnan a la perfección el «giro geopolítico» dado por la UE en los últimos años, tras décadas de aversión a estas cuestiones5. Del mismo modo, también supondría una ruptura decisiva con la opinión mantenida durante mucho tiempo de que Internet es una cuestión apolítica en la que los gobiernos no deben interferir. Sin embargo, las ambiciones declaradas de la UE en materia de soberanía digital siguen debilitadas por al menos tres características inherentes al proyecto europeo: su carácter supranacional, neoliberal y atlantista.

¿Qué soberanía(s) europea(s)?

En primer lugar, si la Unión Europea ha seguido siendo hasta hoy un «enano geopolítico», se debe en gran medida a que su proyecto se caracteriza por una tensión fundamental entre los partidarios de un auténtico federalismo europeo y los defensores de un enfoque intergubernamental. El resultado es un reparto de competencias típicamente europeo entre un pilar exclusivamente comunitario, un pilar exclusivamente interestatal y un pilar «mixto» caracterizado por la codecisión entre el Consejo y el Parlamento Europeo.

En este contexto, hablar de «soberanía digital europea» significa preguntarse de qué tipo de soberanía estamos hablando. Para la Comisión, la respuesta es evidente, o más bien debería serlo. Sólo a escala de la UE podremos desplegar recursos capaces de competir con las superpotencias digitales estadounidense y china. Así que, como explica de nuevo Julia Carver, «en el caso de la UE, el cambio discursivo hacia la soberanía digital puede implicar también un cambio de la “soberanía de los Estados miembros” a la “soberanía europea” (en singular) en el entorno digital.

Desde un punto de vista realista, la reivindicación de «soberanía» por parte de la UE podría reflejar una lógica de multiplicación del poder para incidir en los asuntos mundiales, ya que demuestra su capacidad para «hablar con una sola voz» y actuar conjuntamente en nombre de sus 27 Estados miembros. Otros investigadores han destacado cómo las reivindicaciones de soberanía digital de la UE han buscado intrínsecamente diferenciar a la UE de otros países, en particular de Estados Unidos, Rusia y China6.

Sin embargo, es evidente que esta ambición sigue chocando en Europa con la prevalencia de intereses y concepciones estrechamente nacionales, como demuestra, por ejemplo, la Ley de Chips. Propuesta en 2022 por la Comisión Europea para «recuperar el liderazgo mundial en semiconductores », este paquete legislativo siguió a una grave escasez mundial de chips electrónicos que alertó a los distintos Estados del mundo sobre la importancia estratégica de estos componentes y la extrema concentración de su producción, en un contexto de rivalidad geopolítica y tecnológica exacerbada. Siguiendo los pasos de Estados Unidos, China y Corea del Sur, la UE también quiso adoptar un plan para reducir su vulnerabilidad en este ámbito, aumentando su control sobre los distintos eslabones de la cadena de valor de esta industria altamente estratégica.

Por desgracia, el resultado final dista mucho de poder competir con la coherencia y los recursos puestos a disposición por otras potencias mundiales, entre otras cosas porque países como Francia y Alemania querían conservar el control de su propia estrategia industrial. Las decenas de miles de millones de euros previstas en el plan europeo palidecen en comparación con los cientos de miles de millones liberados por los planes estadounidense y chino, al tiempo que los Estados europeos compiten entre sí para atraer inversores e infraestructuras a golpe de miles de millones en subvenciones.

Una Unión constitutivamente neoliberal

La segunda área de tensión que socava el deseo de «soberanía digital» de la UE tiene que ver con su naturaleza neoliberal. La UE es la entidad política que más lejos ha llevado la aplicación -e incluso la constitucionalización- de los dogmas neoliberales, incluso en detrimento de sus propios intereses geopolíticos y su seguridad. La debilidad y la incoherencia de la estrategia industrial (digital) europea, por ejemplo, no se deben únicamente a las fuerzas centrífugas de los Estados miembros. También son expresión de la propia aversión histórica de la UE a estos conceptos.

Pierre Régibeau, antiguo economista jefe de la Comisaria Vestager, explicó que «Europa [estaría] mejor servida con la máxima competencia mundial», y añadió: «Si la industria pesada europea desaparece, que así sea, porque tiene que hacerlo».

Mucho se ha hablado de la (efectivamente dudosa) decisión de la Comisaria Vestager de nombrar a la estadounidense Fiona Scott Morton para el puesto de Economista Jefe de Competencia el año pasado. Muchos vieron en ello un incomprensible giro de 180 grados por parte de alguien que ya se había ganado la reputación de «bestia negra de los GAFAM». Pero malinterpretaban el significado de su «lucha» contra estas empresas, cuyas prácticas anticompetitivas critica ante todo en nombre de una visión idealizada del «mercado» típicamente neoliberal. Su anterior economista jefe desde 2019, el belga Pierre Régibeau, explicaba en una entrevista reciente que seguía creyendo que «Europa está mejor servida por la máxima competencia global», llegando a afirmar que «si la industria pesada europea desaparece, que así sea, porque tiene que hacerlo »7.

Del mismo modo, la ingenua creencia de la UE en las virtudes del libre comercio la ha llevado durante varios años a defender las cláusulas de liberalización del comercio electrónico diseñadas por y para los gigantes digitales, principalmente estadounidenses, en particular en el seno de la OMC desde enero de 2019. Estas cláusulas fueron consideradas por los funcionarios europeos como perfectamente compatibles con los esfuerzos regulatorios internos emprendidos al mismo tiempo dentro de la UE… antes de que los propios Estados Unidos las abandonaran por temor a privarse del margen de maniobra necesario para regular mejor su propia industria digital.

Incluso las leyes más emblemáticas de la voluntad europea de recuperar el control de su destino digital, como la DMA, la DSA y la AI Act, pueden analizarse a la luz de este sesgo neoliberal. Sin mencionar siquiera la forma en que el descarado cabildeo de las grandes tecnológicas ha atenuado a menudo de forma decisiva su alcance, todas estas leyes se caracterizan por el mismo objetivo fundamental: garantizar que el mercado digital europeo funcione lo mejor posible. Por supuesto, también se trata de garantizar el «respeto de los derechos fundamentales en línea», pero una vez más en una concepción típicamente neoliberal de los derechos, entendidos desde una perspectiva estrechamente individual, comercial y «negativa ».

El elefante (atlantista) en la habitación

Por último, el «elefante en la habitación» en el debate sobre la soberanía digital europea no es otro que Estados Unidos. Está claro que es de dicho país y de sus empresas tecnológicas de quien la UE es más dependiente y vulnerable. He aquí sólo un ejemplo: el pasado mes de marzo, el Supervisor Europeo de Protección de Datos (SEPD) acusó a la Comisión de haber infringido sus propias normas de protección de datos en su uso de Microsoft 365… En términos más generales, ya sea en los ámbitos de la nube, las redes sociales, la búsqueda en línea o incluso los sistemas operativos y la ofimática, el mercado digital europeo sigue estando dominado casi en su totalidad por actores estadounidenses -mientras que las revelaciones de Edward Snowden en 2013 mostraron la porosidad que existía entre estos actores y los servicios de inteligencia de EEUU-.

Por lo tanto, cualquier deseo de soberanía digital europea debería empezar en primer lugar por liberarse de esta dominación de facto. Este objetivo se ve obstaculizado por la continua alineación histórica de la UE con los intereses geopolíticos estadounidenses -e incluso su subordinación a ellos-, una vez más desafiando sus propios intereses, una situación que la guerra de Ucrania no ha hecho más que reforzar.

Hay que reconocer que las reacciones indignadas de Estados Unidos acusando a la UE de atacar injustamente a sus empresas con medidas como la DMA o la DSA (o los planes de un impuesto digital) podrían dar la impresión de que la UE ha decidido (por fin) tomarse las cosas en serio. En realidad, revelan el grado de prepotencia imperial que Estados Unidos puede permitirse en relación con Europa, ya que estas escaramuzas limitadas son más bien el árbol que oculta el bosque. El desarrollo y la aplicación de la estrategia digital europea se llevan a cabo en gran medida en consulta con las empresas y las autoridades estadounidenses, ya sea a través de grupos de presión o de organismos más formales como el Consejo de Comercio y Tecnología UE-EE.UU. (TTC).

Esta situación está dando lugar a importantes concesiones, e incluso a capitulaciones absolutas. El pasado mes de abril, por ejemplo, supimos que la agencia europea de ciberseguridad (ENISA) proponía abandonar los requisitos de soberanía en su nuevo proyecto de certificación de ciberseguridad para la nube, facilitando así aún más a los gigantes estadounidenses del sector el acceso a lucrativos contratos, sobre todo gubernamentales. En 2021, menos de un año después de que Francia y Alemania anunciaran a bombo y platillo el lanzamiento del proyecto Gaia-X, que debía reafirmar la soberanía europea en la nube frente al dominio estadounidense, la iniciativa se abrió finalmente… a las GAFAM y a sus homólogos chinos.

Pero el ejemplo más llamativo del privilegio imperial digital del que goza Estados Unidos en Europa se encuentra probablemente en la saga en torno a la transferencia de datos entre ambas entidades. Desde 2015, el TJUE ha invalidado en dos ocasiones los acuerdos entre la UE y Estados Unidos que regulan la transferencia de datos personales alegando que no ofrecían un nivel de protección adecuado, debido a la falta de legislación nacional en materia de protección de datos personales y de leyes como la CLOUD Act. Sin embargo, a pesar de la ausencia de cambios en estos diversos puntos, la Comisión ha celebrado un nuevo acuerdo en 2022, que a su vez corre el riesgo de ser invalidado.

¿Ser soberano a pesar de, contra o con las demás regiones del mundo?

Como vemos, el proyecto europeo de soberanía digital se ve considerablemente debilitado por las tres características fundamentales detalladas anteriormente. Pero también plantea interrogantes en su relación con otras regiones del mundo, en particular dentro del «Sur Global». La UE no es la única preocupada por el creciente dominio de Estados Unidos (y cada vez más de China) sobre la economía digital mundial, como demuestran las numerosas reflexiones y experimentos realizados sobre estas cuestiones en América Latina, Asia y África.

Sin embargo, como explica el investigador Alexandre Costa Barbosa, «en su afán por tomar la iniciativa en el desarrollo de la regulación digital (como con el RGPD, la ley de datos, el paquete de leyes sobre servicios digitales y la ley de IA), la UE parece estar ignorando los canales reguladores externos ». Peor aún, bajo el pretexto de la cooperación y la ayuda al desarrollo, la UE trata la mayoría de las veces de imponer su enfoque a países o regiones para los que no es necesariamente el más adecuado[noteEn matière de commerce électronique, par exemple, lire : S. Scasserra & C. Martinez Elebi, Digital colonialism. Analysis of Europe’s trade agenda, Amsterdam, Transnational Institute, 2021.[/note], cuando no los recluta pura y simplemente como proveedores de materias primas críticas para sus objetivos de «soberanía» interna únicamente.

dado el liderazgo de Estados Unidos y China en este campo -y las amenazas de una «guerra fría digital» que su creciente rivalidad plantea al mundo-, la salvación de la UE residirá con mucha mayor seguridad en un auténtico multilateralismo que respete los intereses y la soberanía de todos, incluidos los países del Sur.

Esto da a la «soberanía digital europea» un sabor neocolonial, pero se basa en gran medida en la ilusión que albergan los dirigentes europeos sobre su capacidad para recuperar una hegemonía perdida. Sin embargo, dado el liderazgo de Estados Unidos y China en este campo -y las amenazas de una «guerra fría digital» que su creciente rivalidad plantea al mundo-, la salvación de la UE residirá con mucha mayor seguridad en un auténtico multilateralismo que respete los intereses y la soberanía de todos, incluidos los países del Sur. Esta es una opción que la UE podría defender con otros en las negociaciones de la ONU para una «Agenda Digital Global », por ejemplo. Pero sólo si muestra humildad y se atreve a adoptar un auténtico «no alineamiento digital», dos opciones que supondrían un alejamiento radical de las actuales posiciones europeas…

Cédric Leterme es investigador del Groupe de recherche pour une stratégie économique alternative (Gresea).

  1. https://commission.europa.eu/document/download/063d44e9-04ed-4033-acf9-639ecb187e87_es?filename=political-guidelines-next-commission_es.pdf
  2. A este respecto, leer por ejemplo: J. Brygo, « Trabajo, familia, wifi », Le Monde diplomatique, junio de 2020; o también N. Klein, « Screen New Deal », The Intercept, 8 mai 2020.
  3. L. Xenou, « Le modèle de souveraineté numérique européenne promu par la présidence française du conseil de l’Union européenne », L’Académie des sciences morales et politiques éd., Annuaire français de relations internationales, 2023.
  4. J. Carver, « More bark than bite? European digital sovereignty discourse and changes to the European Union’s external relations policy », Journal of European Public Policy, 2024 (traducción nuestra)
  5. Leer, por ejemplo, F. Louis, « La transition géopolitique européenne », Le Grand Continent, 1er septembre 2022.
  6. Carver, « More bark than bite… », op. cit.
  7. M. Verbergt, « Pierre Régibeau, l’ex-bras droit belge de Vestager: “Si l’industrie lourde européenne disparaît, qu’il en soit ainsi” », L’Echo, 4 août 2023.