Mucha tinta está corriendo sobre la aparición de Vox en el tablero político tras haber obtenido casi 396 mil votos en Andalucía. Las cifras, sin embargo, no hablan tanto de un brusco giro a la derecha de los andaluces sino de un gran bostezo electoral de 326 mil votos que se han evaporado desde las elecciones de 2015. El avance de Vox no debe ser visto al margen de este hastío profundo que han expresado los andaluces.

Los votos (deshagámonos del conteo por escaños, que tanto distorsiona la voluntad popular) ganados por Vox no quedan lejos de los 315 mil perdidos por el PP. Estamos pues ante un proceso de desinhibición de la derecha marginal de siempre, -preocupante, por supuesto-, más que ante un crecimiento sociológico. El hecho de que, como lo muestran las correlaciones publicadas en eldiario.es, el voto de Vox esté asociado, al menos geográficamente, con las rentas altas, constituye una primera diferencia, fundamental, con el auge de la extrema derecha en otros países. Otra la constituye el hecho de que ese flujo de votos parezca provenir del PP y no del PSOE. Nada que ver, por lo tanto, con un fenómeno como el del Frente Nacional en Francia, nutrido de un voto masivamente obrero y de origen electoral comunista y socialista concentrado en las regiones más revolucionarias del país. La felicitación de Marine Le Pen a Santiago Abascal es por lo tanto un gesto vacío, sin realidad sociológica.

Sólo quedarían 81 mil votos de diferencia, no trasvasados por el PP y que, razonablemente, podemos atribuirlos a un fenómeno de derecha populista a lo europeo. Pero son sólo una quinta parte de los totales de Vox. Un pataleo fétido pero pequeño y comprensible en una región condenada por decreto, desde hace décadas, a la desindustrialización, con unos niveles de desempleo superiores al 40% para los jóvenes[1], y abocada (en gran parte por ello) al declive demográfico, a la baja fecundidad y a la emigración forzosa para los mejor preparados. Todo ello reforzado por unos recortes sociales salvajes y con el gasto medio en sanidad más bajo de España.

Siendo ésta la realidad vivida en Andalucía, era muy pertinente el programa de Teresa Rodríguez. Por detrás de la imagen de izquierdista de toda la vida y de activista reivindicativa a discreción, el discurso de Teresa Rodríguez es el único en que se propugna un cambio drástico de modelo productivo. Es más, siendo estrictos, es el único en el que la expresión «modelo productivo» aparece. Y lo mismo puede decirse de «desindustrialización». ¿Pero por qué no ha prendido entonces la mecha de Adelante Andalucía?

La verdad primera es que no es que no haya prendido sino que ha sufrido una debacle comparable a la del PSOE y a la del PP, e incluso superior a ellas en términos proporcionales. Los 278 mil votos de Izquierda Unida en 2015, los 60 mil del Partido Andalucista, ahora en coalición con Podemos, se han evaporado completamente. Es complicado averiguar en qué sentido ha ido el trasvase interno, de quién eran los votos que se han ido. Sí parece estar claro adónde han ido : una parte, la mayor, a la abstención, y otra a Ciudadanos, cuyos 291 mil votos ganados no pueden ser totalmente ajenos a lo ocurrido con el electorado de Podemos.

Es difícil, sobre todo, encontrar explicaciones a semejante descalabro. Pero en todo caso, el fracaso de Adelante Andalucía no ha de leerse como un fracaso de la formación morada en sí, ni mucho menos de Teresa Rodríguez, cuyo valor personal y capital político son incuestionables, sino -y no es la primera vez- como el fracaso de su asociación política y simbólica con la extrema izquierda más tradicional. Una izquierda con discursos justos pero previsibles e inmóviles, atrincherados, incapaz de ganar -y mucho menos de generar- nuevos espacios, a la que ahora se ha unido un andalucismo, enésima versión del antiespañolismo de la izquierda española, que puede causar verdaderos estragos en un electorado poco dado a tentaciones identitarias, como es el andaluz.

Espacios perdidos, que ganó Podemos en su momento y que ahora se han ido a Ciudadanos o a la abstención. Movilizar a las mareas contra los recortes para devolverlos al primer plano de la actualidad política es una clave. Concentrar esfuerzos en la capital, donde ha obtenido mejores resultados, es otra. Pero la principal quizás sea persistir en la línea de la reindustralización, de las inversiones en energías limpias y en otras ramas económicas. Y por supuesto, dejar atrás toda simbología verbal o icónica del izquierdismo más conocido, abandonar el folclore identitario izquierdista (aunque su programa se mantenga en los hechos), cuyo techo electoral es de sobra conocido, y que castra toda pretensión de transversalidad.

El PSOE ha perdido la friolera 400 mil votos : una auténtica hecatombe. Y, por increíble que parezca, Adelante Andalucía no ha sacado tajada de ello, sino todo lo contrario. Por esto, la noticia de hoy no es Vox, es la debacle electoral de la izquierda. Claro que, aunque sea Vox un fenómeno relativamente marginal, ha venido para quedarse y a su presencia habrá que acostumbrarse al tiempo que se lo denuncia y que se avanza en la recuperación de la memoria histórica. Pero su potencial electoral es muy limitado, como lo demuestra su débil penetración en electorados no tradicionalmente adscritos a la derecha. Y tanto más lo será cuando sus triunfos se basen en combatir el «hembrismo» en una sociedad como la española, que vive un proceso tectónico irreversible de feminización.

Las declaraciones de Adelante Andalucía en la noche del domingo fueron exactamente lo contrario de lo que debían ser. Cierto que había que salir del paso, pero decir que «lo que nos preocupa no es nuestro número de diputados» sino hacer frente a la ultraderecha, es tener la preocupación equivocada. La comprensible hipersensibilidad de la izquierda española ante la ultraderecha -ya es perceptible cierta obsesión con los votos de Vox en los titulares de los periódicos más de izquierdas- no lleva más que a sobredimensionar su importancia social y electoral y, acaso, a hacerle más un favor que otra cosa. La izquierda más consecuente emprenderá un camino anoréxico si se centra en «hacer frente» al fascismo más esperpéntico y no en lo que estas elecciones han demostrado que es verdaderamente acuciante : la reanimación de su propio electorado.

Mientras se trabaja en ello, una oportunidad se presenta, una vez más: la de un gobierno PSOE-Podemos-Ciudadanos. Podemos debería intentarlo. Y a lo mejor por ahí su electorado hasta le depara sorpresas más alegres.

[1] https://datosmacro.expansion.com/paro-epa/espana-comunidades-autonomas/andalucia