El pasado 14 F, día de los enamorados, fueron las elecciones catalanas…. Aunque podría ser una historia de enamorados, y quizás lo sea, es en realidad una epopeya dentro de otra epopeya. Mucho se ha hablado, sobre todo desde el PSOE, de la década perdida en Cataluña. Una década donde el debate en Cataluña ha estado dirigido por los sectores de la política nacionalista que buscan la separación de Cataluña de España. Si bien hace un par de décadas el nacionalismo existía con mucha fuerza era una cuestión por un lado cultural y por otro una concentración por parte de la Generalitat de recursos y competencias… Pero todo se resolvía desde ese punto y esa conciliación de intereses.
Desde el 2010 Cataluña se ha visto hundida por la crisis financiera del 2008 y los posteriores recortes de la Troika, exactamente igual que Andalucía, Madrid, Murcia o Canarias, y de forma muy parecida a Portugal, Italia o Grecia. Aplicados por Zapatero, Rajoy y Artur Mas. Y también como el resto de España se ha visto convulsionada por las tres huelgas generales, el 15 M, las Mareas, el movimiento antidesahucios, cuya máxima figura es ahora alcaldesa de Barcelona, la lucha estudiantil y miles de huelgas obreras. Amén de la irrupción de Podemos y la contrairrupción de Vox… Cataluña ha tenido un terremoto dentro de un seísmo; cosa por otro lado lógica, pues cuando los separatismos más fuertes pueden ser, y cuando sus aliados internacionales más los pueden ver como un valor en alza, es cuando la nación anfitriona está más débil y degradada…
En este contexto la irrupción de Podemos fue fuerte, penetró en muchos barrios obreros, ganó las capitales más importantes de España y tuvo 70 diputados, pero fue superficial. No llegó a cuajar como Syriza en Grecia. Igual que ganó en multitud de barrios obreros, cuatro años después salió de ellos. Quizás sea por la poca organización obrera de base – nada que ver con la base histórica del PCE – quizás sea por su connivencia con personajes como Otegi o la última idiotez de comparar a Puigdemont con los exiliados republicanos, o quizás sea por el fulgurante ataque que, desde amplios sectores de poder, está recibiendo desde el principio. Probablemente sea por una mezcla de todas.
No por ello la amplia movilización despertada por la crisis de 2008 dejó de hacer mella en España. Ocurrió desde un ángulo inesperado. Un gobierno de coalición, el primero desde el Frente Popular de la República, con ministros del PCE y Podemos por un lado y, por otro, la facción más de izquierdas del PSOE. La onda expansiva de la indignación llegó desde la Puerta del Sol hasta el PSOE y la Moncloa, pasando por Hospitalet y la Plaza de Cataluña.
Y es la combinación de la audacia de determinados sectores del PSOE y Podemos con la rabia y movilización popular la que permite ir dando pasos de progreso en España y pasos de recuperar la unidad de Cataluña y Euskadi con el resto de España.
Por una parte, la audacia. Fue audacia mantenerse en el no es no frente a un gobierno a la alemana en coalición o connivencia con el PP. Fue audacia dejar tocado de muerte al felipismo, a la espera de un segundo efecto Illa en Andalucía que sepulte al susanismo, apoyandose en la militancia a través de unas primarias. Fue audacia la moción de censura que tumbó a Rajoy. En el momento adecuado, ni antes ni después. Fue audacia convocar elecciones cuando los nacionalistas bloquearon los presupuestos. Audacia por convertir 80 diputados en 120 y hundir al PP fragmentando a la derecha. Audacia por no permitir el chantaje del nacionalismo. Fue audacia la exhumación de Franco, la mayor subida salarial de los últimos 40 años o la derogación del impuesto al Sol… En resumen, una audacia que ha transformado un PSOE en caída libre en la principal fuerza política de España.
Frente a esto, y sobre todo frente a las medidas políticas, económicas y sociales que este Gobierno está tomando, sectores de la oligarquía, el Estado y familias multimillonarias, quizás más periféricas respecto al centro del poder, han abierto la campaña de acoso y derribo más agresiva conocida en este país desde los años 30. Periódicos surgidos de la nada, junto a corporaciones televisivas, y todo un ejército de bots en internet lanzan una campaña de difamación exasperante contra ambos socios del gobierno. La cual no ha hecho la más mínima mella. Permanentemente sigue habiendo un 40% de apoyo medio en todas las encuestas al bloque progresista. Ha pasado la peor crisis sanitaria en 100 años, y la mayor crisis económica en 80. Pero las medidas ejercidas por el Gobierno siguen contando con la lealtad que quienes le votaron, sin fisuras. Visto desde fuera, parece un voto militante. El voto de un sector de los españoles que anhelaba cambios, los está viendo y los defiende.
Y llegó la audacia y la resistencia popular a Cataluña.
Si nos hubiéramos preguntado por el resultado de las elecciones catalanas hace cuatro meses, la respuesta habría sido rotunda e inamovible. Un PSC sin capacidad, despreciado por los recortes de ZP, por la herencia del tripartito y con un líder poco carismático. Un Podemos que, aunque gana la alcaldía en la Ciudad Condal, es incapaz de ser la fuerza hegemónica en la inmensidad de los barrios obreros de BCN y Tarragona. Y frente a esto, un nacionalismo con toda la estructura de la Generalitat a su servicio y toda la agresividad que supone un proyecto secesionista en el asador. Todos esperábamos una victoria de ERC seguidos por JxCat
Y llegó la audacia. El efecto Illa, un catalán, con talante, no exacerbado, dialogante; que ha salido incontables de horas y ha ocupado páginas en medios informativos de todo tipo. Como decía Oscar Wilde “que hablen de mí, aunque sea mal”. Pues de Illa han hablado todos de todas las formas posibles, bien, mal y regular… Pero no hay cocina en España cuyos comensales no sepan todos quién es Illa. Un ministro de sanidad que se ha enfrentado a una pandemia, ha transferido 16 000 millones a las consejerías de sanidad, con los presupuestos de 2017 y bajo cuyo mandato se ha hablado de blindar la sanidad en la Constitución. Y aquí hay un tres en uno: Primero, el hombre que sabe gestionar un Estado y una crisis. Dos, un mensaje de revertir los recortes del PP y JxCat. Tres, la defensa de la sanidad a través de la unidad de España. Y por último, Illa es un fontanero a la catalana. Illa ha sido concejal y alcalde, ha trabajado en el Ayuntamiento de Barcelona, ha sido el director general del Departamento de Justicia de Cataluña y, por último, el hombre fuerte del PSC que evitó la división entre sectores más proclives al nacionalismo y más proclives a la unidad. Illa sabe de que rollo va la política catalana. Ha sido una carta, la mejor, sin fisuras. Una carta para ganar por carambola.
Y llegó la indignación, la resistencia y la rebeldía…
La principal característica de estas elecciones ha sido su elevada abstención. Si hace unos años Cataluña batía su récord de participación, el pasado 14 F casi un 45% se quedaba en casa. Evidentemente, estar en la tercera ola de la pandemia ha hecho que mucha gente de todos los estratos no salga a votar. Y no es que ese 45% sea todo de izquierdas y esté por la unidad, ni que sea todo del PSOE o Podemos…. Pero sí planteo que, cuando crece la abstención, gana fuerza la derecha y la pierde la izquierda. Es una peculiaridad española: el PP gana cuando hay abstención. Se ve en EEUU, donde ganó y perdió Trump en función de la abstención. Se vio en Brasil con Bolsonaro… Pero aquí no ha sido así. Aquí la socialdemocracia ha duplicado sus resultados, pasando de 17 a 33 escaños, con una abstención fortísima. Ha sido el partido más votado cuando hace cuatro meses eso era impensable. Y otra vez fueron los barrios obreros. Un sector de los trabajadores y las clases populares catalanas ha tomado la palabra a contracorriente en medio de una pandemia y ha dicho basta de recortes y de fragmentación. Ha sido un puñetazo en la mesa que un sector de la clase obrera ha dado con fuerza. Hospitalet, Badalona, Terrassa, Sant Cugat, El Prat… han hablado alto y claro.
Sí, es cierto que la mayor parte del Parlamento está en partidos que defienden la separación. Pero también es cierto que la mayor parte de los votantes han votado a la izquierda… Y los que comparten ambos marcos deben preguntarse en qué foto quieren salir, ¿en la de la fragmentación o en la de revertir los recortes? Porque la cuestión es que, si con un 45% de abstención el PSOE es el partido más votado ¿qué pasaría con una abstención del 20%? La batalla por la unidad no está ganada, ni de lejos. Pero se ha dado un paso determinante. Quizás la respuesta a esta encrucijada sea movilizar mucho más el voto obrero para achicar la abstención lo máximo posible. Pero para esto es imprescindible que el Gobierno mejore las condiciones de vida y trabajo de la gente, suba salarios, quite recortes, persiga el trabajo en negro con más eficacia, reindustrialice España de punta a punta y baje la delincuencia en nuestros barrios. Por que como decía Gabriel Celaya “la poesía son gritos en el cielo y en la tierra son actos”.