Excelente el desempeño nacional de las últimas semanas. Dos tantos que son el orgullo de todo el país y nos colocaron entre las naciones líderes. Un éxito que viene del esfuerzo de todos y nos señala como tierra de campeones.

¿Que fuimos eliminados en el Mundial de fútbol? ¿Quién hablaba de eso? No tengo ni el más mínimo interés en el estúpido balompié. ¿Ese juego sórdido dónde unos niños absurdamente remunerados dan patadas a un trozo de cuero inflado para aliviar las frustraciones vitales y los complejos de la masculinidad más tóxica? ¿Ese vehículo del chauvinismo más zafio? ¿Ese negocio de superlativa inmoralidad? ¿Ese festival de los pies masculinos desarrollado en uno de los reinos más repugnantes del orbe? ¿Ese espectáculo de los golfos del Golfo, regado de corrupción y explotación criminal de los trabajadores inmigrantes? ¿Esos cerebros de hormigón incapaces de asumir la igualdad entre hombres y mujeres, las libertades civiles o los derechos de las minorías sexuales? Una fosa séptica hasta los bordes de heces descompuestas apestaría menos que Qatar y su Mundial. Se tapaban la boca los sumisos ceporros en faldita de la televisión catarí ridiculizando la protesta de la selección alemana por la falta de libertad de expresión y el desprecio asesino hacia la comunidad LGTBI. Cierto que fue ridículo, la única protesta legítima era no haber acudido. Nuestra afásica selección no tuvo esos dilemas morales. Cualquiera que haya perdido unos minutos escuchando una entrevista o declaraciones de cualquiera de nuestros ilustres miembros de la tribu de los pies notará rápido que su nivel discursivo y moral no es superior al de su hijo, hermano o sobrino adolescente, lo que les permitió transitar por estos pantanos éticos con la indiferencia e incomprensión que sentiría un simio ante una ecuación de segundo grado. Pero no, no hablaba de eso.

Sara García y Pablo Álvarez son dos de los siete astronautas seleccionados por la Agencia Espacial Europea. Sara García, talento descomunal, científica española joven, brillante y de origen humilde, es un verdadero gol. España, país que hace apenas cuatro decenios emergía de una larga y lóbrega dictadura y de una secular historia de fracaso e irrelevancia científica, empieza a ver los frutos de su huerto democrático. Los esfuerzos de tantos ciudadanos anónimos de España, educando, alentando el progreso, inspirando la curiosidad por el saber, han engendrado una estrella. Pensemos en los maestros de la escuela pública y democrática de Sara, en quienes la guiaron por un museo científico, en los padres que ayudaron en esa excursión, en quien diseñó los juguetes, en el empleado del kiosco que ofreció esa revista de divulgación, en los redactores de la «Muy Interesante», en los programadores de la televisión infantil, en quienes con su trabajo, su acción civil y sus impuestos sostienen este proyecto de país.

Igualdad de oportunidades, progreso social a través de la educación pública, progreso científico, ruptura del techo de cristal. Gol de Pablo, golazo de Sara.

Hay dos estadios, que ojalá sean espectaculares, en ciernes. Uno es la futura Agencia Espacial Española en Sevilla y el otro la Agencia para el Desarrollo de la Inteligencia Artificial en La Coruña. El primer gol es desmadrileñizar España, lo que en la capital ha provocado las iras del gobierno de la niña caprichosa que quiere todos los juguetes. El segundo gol es apostar por la ciencia y la tecnología. Esperemos que, en la peor tradición española, no acaben siendo dos pomposas instituciones infradotadas con científicos sumidos en la pobreza.

Ese juego que entusiasma hasta la locura a las masas como la cohorte de Dionisos no es más que un entretenimiento banal del que no quedará memoria pasados unos años. Lo que está escrito en bronce y ha supuesto un salto para toda nuestra especie son los descubrimientos de Maria Slodowska Curie, que hizo algo de teatro, pero jamás jugó al fútbol. Sara García o el doctor Mogica no inspiran el mismo fervor patriótico que el tal Iniesta, pero Iniesta y yo estaremos ambos bajo tierra, probablemente olvidados, dentro de cien años. Sin embargo se seguirá recordando a Cajal y a quienes en este nuevo y accidentado siglo sean dignos de su estirpe y ensanchen los límites del conocimiento humano. Y eso sí que es y será gloria para España.